Un Emperador en tierras de Cuyo
El recorrido de Huayna Cápac por Tucumán, Cuyo y Chile dejó una fuerte impronta cultural en la región. A pesar de la corta colonización inca en Argentina, su influencia se refleja en la arquitectura, el idioma y la organización social de los pueblos de Cuyo, cuya relación con los incas perdura en el tiempo.
El Tucumán, Cuyo y Chile -territorios correspondientes al Collasuyo- fueron conquistados por los incas entre 1471 y 1525, casi al mismo tiempo que Colón preparaba sus naves en España con el propósito de buscar por el Oeste el camino de las especias, y apenas veinte años antes de que su comitiva hiciese pie (1492) en las islas del Caribe.
Los españoles llegarían al Perú cuarenta años después, en 1532, justo en el momento en el que los dominadores de esta parte del mundo soportaban las consecuencias de una guerra civil -no sin fuerte derramamiento de sangre- por la sucesión imperial entre los hermanos Huáscar y Atahualpa, noble este último que saldría vencedor de la contienda.
El relativamente corto tiempo de colonización inca en el actual territorio argentino (poco menos de 100 años) no impediría una fuerte influencia de su cultura en los pueblos del norte y oeste, si entendemos que los incas no perdían el tiempo y tomaban muy en serio -desde que se trataba de un mandato divino- la conquista y colonización de los pueblos que dominaban, como lo habían hecho antes y lo harían posteriormente todas las "aristocracias conquistadoras".
Existe una "recurrencia significativa", consigna Rolando H. Braun Wilke en su investigación sobre los Incas en Cuyo, "en las asociaciones entre arraigos imperiales (evidenciados por los sitios arqueológicos) y la distribución de yacimientos minerales en el Coyasuyu". De ello algunos autores infieren que "la búsqueda de tales depósitos fue una de las causalidades de la penetración de esos poderosos invasores", aparte de señalar que los pueblos andinos sometidos pagaban sus tributos en metales.
Mariano Gambier y Teresa Micheli, en cambio, entienden que la presencia incaica en el noroeste sanjuanino actual estaba más relacionada con las riquezas de camélidos silvestres (vicuñas, proveedores de lana), de uso también para el transporte de carga una vez domesticados.
Se sabe que la vicuña o la llama (los Incas no habían conocido todavía el caballo) eran animales multipropósito muy adaptados a la montaña, del que se podía también comer su carne en ocasiones especiales, y su estiércol seco era usado como combustible esencial en algunas áreas de la puna más alta, y su lana usada para tejer las prendas que los incas utilizaban.
El camino del Tucumán y Cuyo
Coincidente con las versiones históricas vigentes, cuenta Daniel Larriqueta en su documentada novela histórica sobre Atahualpa (el último emperador inca), que en la primavera de 1471, Topa Inca Yupanqui, abuelo de Atahualpa, salió del Cuzco hacia el Collasuyo, una de las cuatro grandes regiones o "suyus" en las que se dividía el Imperio, en camino de conquista y colonización de "las tierras de frontera con los "charcas" y los "guaraníes" y las lejísimas comarcas de lo que se llamaba Chile".
Muerto Inca Yupanqui a la vuelta de su largo y exitoso viaje por los confines de la tierra (Chile), su hijo, Huayna Cápac (1493 – 1525), consagrado ya Dios-Emperador de los Incas -fiel a su misión de organizar y convertir al mundo conocido- emprendería una nueva excursión colonizadora, esta vez por el camino del Tucumán y Cuyo.
Así fue como Huayna Cápac se internó en lo que es hoy territorio argentino, "más allá del Tucumán, por las tierras "diaguitas", eligiendo un camino distinto del que transitó su padre, de modo de visitar las comarcas al naciente de la gran cordillera y honrando a los pueblos agrícolas de Cuyo que ya habían prometido su alianza".
Siguiendo seguramente el Camino del Inca, penetró en lo que hoy es territorio argentino por el valle de Humahuaca, Jujuy, y jalonó su curso por las localidades del Cafayate, Belén y Tinogasta en Salta y Catamarca. En tanto, desde Tinogasta, debió tomar una de las dos vías en las que se bifurcaba el camino: "uno tramontaba la cordillera por el Paso de San Francisco (Catamarca) para salir a Copiapó (Chile); otro continuaba al suroeste a través de La Rioja y San Juan, por Guandacol (La Rioja) y Calingasta (San Juan), con salida a Chile por el Paso del Juncal, al término del Valle de Uspallata, frente a Santiago", comunicando ambos lados de la Cordillera de los Andes, columna vertebral de lo que hoy es Nuestra América.
El orden y la paz en todo el Collasuyo (Altiplano boliviano, Tucumán, Cuyo y Chile) era la condición necesaria para resolver el dilema de la inmensidad del reino, y así poder hacer realidad el pensamiento del joven Inca en cuanto a sus vastos dominios: "el Tahuantisuyu necesitaba dos capitales: Cusco, la sagrada, y Quito, la promisoria", en el confín norte del imperio.
Cabe señalar que, si para los incas "viajar" era construir y enseñar, esas misiones no siempre eran del todo pacíficas y en muchos casos requerían de fuertes represiones o represalias para convencer a los pueblos conquistados -en este caso los más rebeldes y contestatarios- de las bonanzas y conveniencias de formar parte del gran imperio, que invariablemente, por mandato sagrado, les ofrecía compartir sus dones, de acuerdo al principio de "reciprocidad" que el incario sostenía a rajatabla "para alegría de los hombres", que "a cambio le ofrecerán lealtad, trabajo para las grandes obras y sustento militar".
Ya entenderían incluso los pueblos resistentes, interpreta Larriqueta en su novela histórica, "que la bendición del Sol y el gobierno inca eran la definición verdadera de la existencia, lo que le daba sentido. Así lo había querido el ordenador del mundo, Ticci Viracocha, y así lo cumplían, como mandato, sus criaturas".
De esa manera, los generales que el imperio destacaba para cada faena combatían en los bordes de su expedición contra "los "charcas" y los "calchaquíes". Por su parte, los quipucamayos y los amautas enseñaban y conformaban el lenguaje común del idioma y los símbolos, y de una manera u otra, la estética inca se instalaba por todas las comarcas en los tejidos, la alfarería y los trabajos de los orfebres en oro, plata y cobre. Así también, las construcciones "florecían no solo en los caminos de cuidada factura, sino en las instalaciones que los acompañaban".
En ese sentido, afirma Mariano Gambier –citado por el Prof. Daniel Illanes-, "el origen de la cultura Angualasto(al Noroeste de San Juan) -por ejemplo-, provendría de mitimaes" unas de las formas de colonización incaica.
En cuanto a la herencia etnolingüística de los Huarpes, pueblo que habitaba el actual territorio sanjuanino a la llegada de los conquistadores quichuas, según señalan investigadores del Instituto de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas Manuel Alvar de la FFHA de la UNSJ en nota aparecida en el Nuevo Diario de febrero de 1993, "los dialectos huarpes fueron hablados por una comunidad muy reducida ya desde antes de la llegada de los incas, y de los mismos españoles", situando la desaparición de esta lengua autóctona "hacia el siglo XVII", sin muchas posibilidades de conservación de la lengua madre por parte de las pequeñas comunidades Huarpes que subsistirían a posteriori.
Respecto de la "sujeción" de los Huarpes, previa a los españoles, sostiene el Prof. Illanes, "ya venía de antes, desde la dominación del complejo apropiativo excedental del incario, que ya había "sujetado" al pueblo huarpe", aunque de un modo distinto al de los españoles, es decir "sin desestructuración plena y sin depredación de la comunidad indígena".
No hay ninguna duda de que la influencia incaica (quichua), aunque no muy extensa en el tiempo, fue grande e intensa en el Norte argentino y Cuyo, y que el vocabulario común actual en estas regiones conserva su raíz quichua, y en el caso de Cuyo también del huarpe, en una gran cantidad de palabras de uso corriente, tales como achura (entrañas del animal), chala (hojas secas del maíz), challar (echar agua) chancho (cerdo), chicoco (niño pequeño), choco (perro), chucho (frío), chúcaro (en estado salvaje), guanaco (camélido de nuestra fauna), minga (poca cosa o nada), mishi (gato), pachango (arrugado), pilchas (ropa), pirca (montón de piedras), vicuña (camélido de nuestra fauna) y yapa (añadidura), entre otras muchas.
A propósito, dice Canals Frau, como toda "aristocracia conquistadora", los incas no escatimaron esfuerzos para imponer su dominio y colonizar a los pueblos conquistados, ya sea extrañándolos de su lugar de origen y convirtiéndolos en colonos de las etnias sometidas (mitimaes) u obligándolos a aprender la cultura del Imperio a través de la imposición de la escuela incaica, por la que los pueblos conquistados aprendían la lengua oficial, la religión, los secretos de los quipus y la mitología e historia inca.
En definitiva, tratándose de conquista, aztecas, incas o españoles (como otros pueblos del mundo) utilizaban para encararla, las mismas tácticas y estrategias: conquistar, colonizar, imponer su cultura y religión, etc.
De ese intercambio forzoso, algunos pueblos recibían influencias determinantes y negativas, y veces devastadoras, como en EE.UU; en otros casos, los pueblos conquistados ejercían una gran influencia sobre sus propios conquistadores, como fue el caso de los mongoles al conquistar China; en algunos casos, como en la India, los conquistadores no hacían mella en la cultura del pueblo conquistado, lo que le permitió al pueblo hindú conservar todos los rasgos de su cultura al independizarse de sus conquistadores y ser hoy, sin haber perdido su idiosincrasia, una de las grandes naciones emergentes a nivel mundial.
En otros casos, prevalecía la cultura de los colonizadores sobre la de los colonizados, y el resultado era una mezcla o mestización de sus culturas, como fue el caso de los Incas con los pueblos que conquistaron, y luego de los españoles con los pueblos preexistentes, con incorporaciones sustanciales de la cultura colonizadora (lengua, religión, sistema jurídico y nueva institucionalidad: América no existía como una unidad y totalidad), mestizando la sangre y la cultura de ambos pueblos, y dando nacimiento a uno nuevo: el pueblo latinoamericano; y a una nueva cultura: la cultura latinoamericana, con identidad propia y universal, que debemos rescatar y reivindicar.
En relación a la mestización genética y cultural y al sincretismo religioso del pueblo latinoamericano, Alfredo Terzaga Moreyra, en un ensayo sobre la Cultura Popular Latinoamericana hace referencia al documental exhibido por la Nacional Gheographic Channel en abril de 2007 sobre las ceremonias y fiestas indígenas en el Festival de Colloriqui, en el Monte Ampato de los Andes Peruanos, al pie del Machu Pichu.
Al preguntarle el reportero de la National Geographic a su interlocutora peruana: "¿En qué diferenciarías tú a lo católico de la herencia Inca en esta fiesta?", la joven, adornada con su gran sombrero y ropas coloridas originales, de suave expresión y dulce castellano, le contesta: "No hago esa diferencia, porque sería un dolor de cabeza preguntarse por ello. No necesitamos preguntarnos eso, porque perderíamos la identidad".