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Don Mateo Monfort

El almacenero que no dejaba de sonreir

En San Juan hay muchas personas que dejan huella y buenos recuerdos, una de esas era Don Mateo, el almacenero de la calle España en Villa Krause.

El almacenero que no dejaba de sonreir

Cuando en la calle España en Villa Krause, a pocas cuadras de la plaza solo habían dos locales para compras, uno se destacaba por un personaje muy especial: Don Mateo.

Es que el paso obligado para las compras del día era por el negocio ubicado a metros de calle Devoto. Si la carne se compraba en Don Paco, la verdura y el resto de las cosas para la casa eran en Don Mateo.

Amable, servicial, con una sonrisa siempre y ese rostro de bonachón que nunca cambiaba atendía a todos por igual. Parecía no tener problemas. Jamás se lo veía enojado.

Su clásico, entre muchos, era envolver el queso rallado, las galletitas, las gomitas o los caramelos en un papel, pero de una forma tal que nunca se caían.

Siempre abriendo el local temprano para vender las semitas recién salidas del horno, más la variedad pan en trincha, miñón o casero.

La verdura siempre relucía en los canastos pegados contra la pared. Era una tentación ver la heladera con los fiambres, la leche o los vasitos de yogurt.

Por atrás las heladeras con las gaseosas tradicionales de marca y las clásicas Nora o Torasso.

Pero si hay que destacaba al negocio de Don Mateo era es mostrador de madera, siempre impecable y con ese toque antiguo que no cambiaba.

Cortaba la atención cerca de las dos de la tarde, pero si llegaba algún rezagado lo atendía sin problemas. Por la tarde al abrir las puertas después de pasar el lampazo dentro del local y en la vereda, regaba los arbolitos y sacaba su silla para ver pasar la gente hasta que le tocara atender.

Su compañero de atención era su hijo Juan, arquero de hockey sobre patines,  y los encuentros en el almacen no solo eran para hablar de política, los chismes de la tele o la radio sino también se hablaba de deportes.

La población fue creciendo, los negocios fueron apareciendo por todos lados. Los años fueron pasando factura y  lo inevitable pasó y el cierre del popular almacén de Don Mateo cerró sus puertas.

Los años que vinieron fueron de descanso y de partidas, porque la compañera de toda la vida se fue al cielo. Don Mateo se quedó con la tristeza en el alma, por las tardes se lo veía en su reposera sentado mirando la gente y autos pasar por la ahora transitada calle España.

El viernes por la tarde Don Mateo se fue a vender golosinas y galletas al cielo con su tradicional envoltorio de papel y esa sonrisa que nunca dejó su rostro.

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