1943, 1944, 1945… la historia en tres movimientos
Del golpe militar de 1943 al terremoto que devastó San Juan en 1944 y la irrupción del movimiento obrero en 1945, la historia argentina vivió tres movimientos que alteraron para siempre su curso político y social.
El 4 de junio de 1943 un movimiento militar terminó con la"década infame"; el 15 de enero de 1944 en San Juan, un infausto movimiento sísmico puso en cuestionamiento las estructuras edilicias y sociales de la provincia; y el 17 de octubre de 1945, un inmenso movimiento popular cambiaría el rumbo y condición del país y marcaría la historia de las décadas siguientes.
Primer movimiento
Junio 4, hay ruido de sables;
un soldado ha retado a la historia;
atrás queda la década infame,
nace una de larga memoria".
En efecto, un movimiento revolucionario ha puesto fin a la "Década Infame". Frente a la plaza principal, la Casa de Gobierno vive horas de mudanza. Desde una de las esquinas de la plaza, la Legislatura Provincial, otro símbolo del poder político sanjuanino, aguarda con indisimulable silencio el traspaso de autoridad. En la esquina noroeste, la Catedral y el Palacio Episcopal, cuyas paredes dan asilo al inquieto espíritu de Fray Justo Santa María de Oro (uno de los fundadores de la Patria), atestiguan con su inmaterial e imperecedera esencia la precariedad de todo poder terreno, y, por consiguiente, la inevitabilidad del cambio...
Adent
ro de la plaza, el majestuoso bronce de Domingo Faustino Sarmiento que preside la vida ciudadana, sufre su solemne inmovilidad más que nunca ante el irreverente e inusitado curso que adoptan los sucesos. Sin embargo, por lo que asevera la crónica periodística, San Juan no ha perdido su calma provinciana, casi colonial, frente a la sublevación de los coroneles. Ni siquiera el suntuoso edificio del Ferrocarril General San Martín se muestra sorprendido por el singular movimiento de los que ahora llegan y de los que ya se van, acostumbrado como está al contradictorio cruce de destinos.
Al amparo de un mercado interno en expansión a causa de la guerra mundial y de la sustitución de importaciones, establecimientos fabriles como el de los Padró y Fábrega (dedicado a la elaboración de jabones y velas respectivamente) se disponen a vivir sus mejores años.
Ya conocidos los resultados definitivos del pronunciamiento militar, un grupo de transeúntes, cubiertos con el tradicional sombrero, atraviesa la plaza por una de sus avenidas del medio, y parece confluir en la esquina de una nueva esperanza con la fila de Ford último modelo que traídos por la curiosidad también llegan a la Plaza 25 por la calle Mendoza. Por su parte, mientras los coches de alquiler estacionados alrededor de la plaza esperan su próxima oportunidad, el imponente edificio del Hotel Estornell se apresta una vez más para servir de telón de fondo a los nuevos actores en escena…
Sin embargo, apenas siete meses después... el viejo e inconcluso drama de ser Nación o ser colonia, representado esta vez por los militares revolucionarios, adquiría un carácter de tragedia para la provincia cuyana...
Segundo movimiento
Era sábado, y aunque las actividades de la semana habían menguado y todos se preparaban para disfrutar de una de esas nochecitas sanjuaninas típicas de enero, la vida de la ciudad se desarrollaba en forma normal, incluidas las transmisiones de radio locales, esas por las que San Juan se destacó desde los inicios de la radiofonía argentina. De pronto, "al sentirse el sacudimiento, la estación emisora dejó de funcionar". Eran las 20.55 del sábado 15 de enero de 1944. Nueve grados de intensidad en la Escala Mercalli esparcieron la noticia de que la tierra se había sublevado...
Las viejas paredes, las veredas angostas y las altas cornisas asaltaron la ciudad con furia destructiva, poniendo en evidencia que Dios perdona siempre; los hombres a veces; la naturaleza... nunca. Y como en todas las sublevaciones comandadas por la muerte, había vencedores y vencidos. Ante el golpe de la naturaleza, ningún símbolo del poder terrenal se mantuvo en pie: ni la Casa de Gobierno ni la Legislatura Provincial ni el Palacio Episcopal… 10.000 templos del Espíritu Santo cayeron sepultados bajo los escombros.
San Juan sufría la tragedia más grande de su historia. La ciudad era un irreconocible cuerpo que esperaba ser enterrado junto a sus muertos. Ayer 14 de enero era la novia de un destino iluminado y promisorio. El 15 era una viuda sin presente ni pasado, ese apacible solar donde maduraban sus sueños e ilusiones.
Sonaban tremendas las palabras del poeta, porque, aunque doliera, había que levantar los muertos del camino y comenzar a hacer camino con la dolorosa verdad entre los dientes... Pero la Nueva Argentina, más que nunca, creía en la posibilidad de resucitar ese cuerpo destruido por la muerte. Como en las invasiones inglesas, como en la guerra por nuestra Independencia, como en la Vuelta de Obligado o cuando la fiebre amarilla, aparecieron las reservas y energías recónditas del pueblo argentino. El coronel que había retado a la historia, desafiaba a la adversidad junto a una dama hasta entonces desconocida de nombre Eva Duarte.
Ante la terrible emergencia, también Dios había decidido trasladar a tierra sanjuanina su Departamento de Resurrección y Vida… Y el milagro no se hizo esperar. El cielo y la tierra se unieron para reconstruir San Juan y combatir la muerte en una autóctona comunión de santos y mártires. La otrora ciudad secular se convirtió en un inconmensurable evangelio viviente, adonde ya nadie pudo ser indiferente al dolor humano.
Los caminos y calles sanjuaninos se llenaron de samaritanos que buscaban y recogían a los desvalidos… que enterraban a los muertos… que consolaban a las viudas y a los viudos… que amparaban a los huérfanos… y que, en su humana conmiseración intentaban, sin lograrlo, encontrarle un nombre al innominable llanto de los padres que lloraban desconsoladamente a sus hijos...
Como contagiado de amor, cada corazón argentino se convirtió en un sagrario ante el que se arrodillaba la gratitud de los sanjuaninos… y el alma aguerrida y la templanza incansable de los Huarpes reanudaron la ancestral tarea de ponerse de pie para enfrentar la noche y una vez más sembrar el día... Ante la mirada omnipresente del lucero, un nuevo San Juan se gestaba a la intemperie después de celebrar nuevas nupcias con sus sueños. Y tantas almas maternales lograban repetir el milagro de convertir el agua insípida de la desolación en el próvido vino de la alegría.
Regada con las fecundas lágrimas del duelo, la tierra volvió a engendrar soles y amaneceres para que el Tulum pudiere ver a sus hijos otra vez corretear por las acequias... La ciudad ayer sepultada y ahora revivida extendió al transeúnte las manos abiertas de sus calles y la amplia sonrisa de sus veredas... La capital del desconsuelo, ya cimentada en la profunda experiencia de la cruz compartida, comenzó a edificar modernas e indestructibles ilusiones con sólidas esperanzas antisísmicas...
San Juan había vencido a la muerte… y como en las grandes batallas de la patria vieja, la tragedia había logrado unir los brazos, la sangre y el corazón de todos, sin distinción de ninguna clase. Ese fue el espíritu que sobreabundó en aquel enero de 1944, a pesar de la tragedia.
Tercer movimiento
No obstante, a medida que la gratitud del momento se fue disipando, señala el investigador norteamericano Mark Healey, "el desastre reveló y profundizó las fisuras sociales dentro de San Juan". "Gran parte de la elite local se había marchado o se había volcado afanosamente a la defensa de sus intereses". "Para muchos, la tragedia no hizo sino terminar de desacreditar a las elites locales y reforzar la autoridad de los pocos que habían demostrado merecer la confianza de la gente".
La intrínseca contradicción del sistema económico vigente –la economía primaria agroexportadora en el país y el monocultivo vitivinícola en la provincia, sin industrialización ni diversificación económica ni justicia social-, había contribuido de hecho, en forma notable, a la desvalorización de los hombres y mujeres de trabajo (en su mayoría peones de campo), abonando la razón de ser del cantonismo primero y luego del movimiento nacional que pronto aparecería entre las ruinas de un San Juan devastado. Así amaneció el 17 de octubre de 1945.
El 17 de octubre de 1945 despejó todas las dudas sobre el rumbo que la mayoría del pueblo argentino, y en particular los trabajadores, querían darle a aquel movimiento iniciado el 4 de junio de 1943 y que el movimiento sísmico de San Juan, por sus implicaciones sociales y políticas, había profundizado.
Curiosamente, la historia se adelantaría un día a sus propios organizadores. La CGT había llamado en Buenos Aires a un paro general para el día siguiente (18/10) con el fin de rescatar a Perón de su cautiverio en la Isla Martín García, cautiverio impulsado por los sectores oligárquicos del régimen caduco y una gran parte de la clase media anti obrera. Entonces, los protagonistas de ese masivo movimiento fueron los trabajadores en las calles que conducían a Plaza de Mayo en la capital argentina.
Aquel día histórico el coronel Perón fue liberado del lugar a donde había ido a parar con sus huesos por la presión de los sectores que lo repudiaban, sobre todo por su gestión en la Secretaría de Trabajo de la Nación a favor de los trabajadores y de los sindicatos argentinos. No era poco lo que el ya llamado por entonces "coronel del Pueblo" había hecho por los trabajadores que aquel 17 de octubre de 1945 se hicieron presentes en la plaza.
La masividad del movimiento que la historia deparaba había sido anticipada un año antes por la movilización de las multitudes que recibieron a Perón en San Juan en el Estadio Abierto del Parque de Mayo -50.000 personas-, ocho meses después de la tragedia sísmica.
En su completa biografía sobre el terremoto de San Juan y el nacimiento del peronismo -"El peronismo entre las ruinas. El terremoto y la reconstrucción de San Juan"-, Mark Healey afirma: "Perón fue recibido como un héroe. Había multitudes en cada una de las paradas: la llegada al aeroparque, una ceremonia para honrar a los muertos en un convento, una visita a los barrios de emergencia y un discurso vibrante en el estadio".
En el estadio, un destacado viñatero, cuenta Healey, "alabó la construcción "oportuna" de los barrios de emergencia y el éxito de la vendimia a pesar de la adversidad". Por su parte, el líder sindical Ramón Tejada declaró exultante: "Las leyes del trabajo han dejado de ser letra muerta para constituir una realidad". La lista de oradores en el estadio era "sugerente" resalta Healey: "Había dos figuras del establishment, pero cinco representantes obreros. La reconstrucción prometía cambiar el orden social, además del aspecto de la ciudad".
Si el terremoto de San Juan había puesto a prueba al movimiento militar de 1943 en el gobierno, el 17 de octubre de 1945 terminó de catapultar a Perón a la presidencia de la República.