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El vino como arte y alimento

Les presento un amigo: ¡el Señor Vino!

En 2013 se sancionó la Ley Nº 26.870 que declaró al Vino Argentino Bebida Nacional que se celebra todos los 24 de noviembre. A través de ella se busca difundir las características culturales que implica la producción, elaboración y consumo del vino y sus tradiciones. En siete capítulos le rendimos homenaje a la fecha.

Pedro Andino.

San Juan resume en su naturaleza -cielo, sol, clima y suelo- todas las virtudes esenciales para obtener los mejores vinos del mundo, pues como dicen los expertos, conjuga "tradición e innovación junto a una geografía y clima privilegiados para el desarrollo de cepajes de alta calidad enológica".


Donde el regadío artificial lo permite -dice el historiador Horacio Videla-, "brotan como en un edén, el lujuriante viñedo, el olivar cálido, el manzanar de climas templados y el frutal y las siembras de todo paraje, borrando la aridez del paisaje… Este milagro agrícola se debe al sílice, sustancia de muchos contactos con el carbono, componente esencial de toda material vegetal y animal".


Es precisamente por ello que el fruto de la vid contiene, entre otras virtudes, propiedades alimenticias de gran valor. Como se sabe, el vino, como la uva, es considerado un verdadero alimento, no solo para el cuerpo sino también para el espíritu.
 En efecto, el vino posee propiedades inherentes a la vida humana, aunque todavía algunos lo reputen de prescindible o prefieran la cerveza o las bebidas gaseosas para maridar una rica comida o para pasar un rato agradable con amigos. 

El vino es salud
Por un lado, el vino contiene sustancias importantes para la conservación y desarrollo de la vida. Son ya conocidas las propiedades curativas del vino. Según la Guía de Bodegas & Vinos Caviar Bleu, "los vinos argentinos -especialmente los tintos- son los que más alto rango de sustancias antioxidantes poseen, comparados con los vinos chilenos, españoles, franceses e italianos. Esto retarda los efectos de oxidación de las células y reduce la probabilidad de contraer enfermedades cardiovasculares". Una botella de 750 cm3 de vino equivale en calorías aproximadamente al mismo volumen en leche y a su equivalente en peso de un trozo de carne vacuna.


Además de haber sido elegido como la bebida por excelencia para el oficio sagrado, el vino es un incuestionable vehículo de satisfacción, bienestar, placer y alegría, y sabemos la función que cumple la satisfacción de las necesidades fisiológicas, culturales, afectivas, sociales, espirituales y recreativas en la salud física, mental y espiritual de los seres humanos.


Obtener un producto que provoca alegría inmediata, salud permanente y larga vida es suficiente motivo para poner el mayor empeño en su elaboración y en la obtención de la mayor calidad posible.

Las razones del vino 
Son precisamente los factores geográficos y climáticos de nuestra tierra sanjuanina los que nos permiten conseguir esa calidad y excelencia en los vinos: cielo diáfano, abundancia de sol, suelos jóvenes, arenosos y de estructura simple, consecuencia de un paisaje semidesértico, veranos secos y calurosos (hasta 45º centígrados), inviernos fríos, escasas precipitaciones (de 100 a 350 mm/anuales), que a su vez protegen a las uvas de enfermedades criptogámicas, y esa gran amplitud térmica -diferencia de temperatura entre el día y la noche- que puede llegar a los 18º C, "es lo que aporta un gran desarrollo aromático y de color a los vinos y define su expresión varietal".


Es por eso que "los amantes del vino encuentran aquí la estirpe de las cepas clásicas que el mundo conoce, y esa singularidad de uvas como Malbec y Torrontés -para tintos y blancos respectivamente- que adquieren en estos terruños una marca excepcional".
La calidad de nuestros vinos tiene que ver también con la altura, además de la sequedad del ambiente, pues no es por casualidad que las regiones vitivinícolas argentinas se desarrollan en áreas desérticas, al pie de la cordillera de los Andes (Salta, Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza y Río Negro), con viñedos desde 500 a 2.300 m/snm, y en San Juan específicamente, con alturas máximas de 1.165 metros sobre el nivel del mar. 


Como señalan los expertos de Caviar Bleu, "todo el carácter que se espera obtener de un vino viene determinado en gran medida por las cualidades que la uva ganó en el viñedo, virtudes que el enólogo buscará potenciar acompañándolas en su maravillosa transformación hasta llegar a ser vino".


Una vez determinado el punto óptimo de maduración de las uvas, cuando la piel ha perdido consistencia y las semillas son crujientes, llega la vendimia, y "el escenario se traslada a la bodega, donde la naturaleza (y la mano del hombre) continuará su obra. Es que todo proceso que va de la cepa a la copa está en la esencia natural de la uva". En todo ello coadyuvan las artes del vino. 
Después, toda la responsabilidad quedará en manos, y sobre todo en el olfato, la vista y el paladar del consumidor, porque elegir un vino, es también un arte. 

1. El arte de confeccionar vasijas para el vino
La industria vitivinícola no hubiera podido desarrollarse sin el nacimiento y desenvolvimiento conjunto del arte de confeccionar vasijas de roble o toneles para envasamiento, conservación y saborización de vinos.


Una vez que los españoles hubieron arraigado la vid en América, se produjo la necesidad de confeccionar vasijas para transportar la vid en canecas desde el viñedo, elaborar el vino y luego envasarlo, conservarlo y transportarlo. Al comienzo se recurrió a los parientes y amigos toneleros que debieron trasladarse de España hasta América, hasta que también arraigó en estas tierras el oficio y arte tonelero, una de las artes más antiguas que el hombre conoce. 


Hoy ya prácticamente no quedan toneleros. Los pocos que quedaban al comenzar el siglo XXI se limitaban a la reparación de bordalesas, sobre todo en tiempo de cosecha. No obstante, a principios de este siglo -según podemos verificar en nuestros archivos- ese arte todavía era cultivado a través de una familia de artesanos que hoy queremos rescatar del olvido.

"El tonelero"
"El Tonelero" era el nombre de un museo que supimos recorrer allá por 2004, aunque también era el apelativo que se había ganado don Roberto Pedro Andino, fundador propietario de aquel museo-taller que atendía con sus cuatro hijos: Pablo, Marcelo, Roberto y Jorge Manuel, segunda y tercera generación de una tradición familiar iniciada por su abuelo Marcolino Nemesio Andino un 15 de julio de 1925 en el departamento San Martín.


Como nos contaba don Roberto el día que lo visitamos, "la construcción de un barril es una tarea puramente artesanal, desde el corte de la madera, el curvado y su terminación". "El que quiera hacer un bueno vino -aseguraba a quien quisiera oírlo- tendrá que volver a la madera".

 
Aunque a principios de este siglo ya no había muchos toneleros, porque las nuevas tecnologías de elaboración utilizaban a esa altura el cilindro de acero inoxidable, Andino estaba convencido de que "los buenos vinos, y no solo por una cuestión de suerte, tienen que tocar madera". 


Para don Roberto Andino, el vino debía hacerse en vasijas de madera, y daba sus razones: "La crianza de los vinos no puede hacerse mejor que en vasijas de robles. Hay un viejo dicho: viejo duro como un roble, porque el roble se conserva y conserva los vinos como ningún otro material". No obstante, aunque reconocía que muchos productores nacionales e internacionales elaboraban un buen vino en acero inoxidable, sabía que al mismo tiempo conservaban la tecnología tradicional, porque luego envasaban sus vinos en madera de roble "para darle sabor".
Había aprendido el arte de la tonelería de la mano de su padre Marcolino, quien a su vez lo había aprendido de sus hermanos mayores, Ceferino y Ramón. Y se había enamorado de este trabajo a los 12 años, acompañando a su padre a las bodegas y trabajando con él en el taller fundado en 1925.  


Por esos años de principio de siglo XXI todavía, los que querían tener en su casa un pequeño tonel o barril de vino (de diez, ocho o cinco litros), o hacer un buen regalo a sus familiares o amigos, recurrían al taller de los Andino "para obtener una vasija pequeña de roble confeccionada a medida".


Cuando yo lo conocí, el Museo "El Tonelero" estaba conformado por clásicas piezas de tonelería, desde grandes carros utilizados al final del siglo XIX y principios del XX, hasta clavos de madera usados para unir los listones de madera de las bordalesas de roble, además de toda clase de toneles y canecas que los Andino habían ido rescatando del olvido en una labor familiar sistemática y perseverante. Su propósito era "mostrarle no solo a San Juan sino al mundo entero nuestras riquezas culturales referidas al envasamiento tradicional de vinos". 


Recuerdo que uno de los sueños de don Roberto -dada la convergencia de las nuevas tecnologías con las más tradicionales en la elaboración del vino- era tener una escuela que formara nuevos toneleros, porque "la madera es caprichosa y el tonelero debe saber si va a servir dos años o se va a mantener en el tiempo". 
"Un tonelero necesita entre un año y medio y dos años para aprender este oficio, que requiere mucha paciencia y se debe inspirar en la experiencia", me decía don Roberto Pedro Adino cuando nos transmitía su legado, mientras se le iluminaba el rostro, con mezclada sabiduría de cacique huarpe y conquistador de nuevos mundos.

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