Docentes rurales: cuando la vocación se despierta en lugares inhóspitos
Liliana Bustos es una de las tantas docentes que enseñan en zonas rurales aisladas. Actualmente es directora en Valle Fértil y dio clases en distintos establecimientos de las sierras desde hace 25 años.
Son más de 200 kilómetros los que separan a la Ciudad de San Juan de los distintos pueblos pertenecientes a Valle Fértil. La realidad en estos lugares no es como en la Capital y las docentes que desempeñan su labor a diario en distintas escuelas de las sierras lo saben.
Tienen que dejar muchas cosas de lado para poder ejercer su vocación y llevarle algo básico como la educación a cientos de niños. Se pierden tiempo de sus propios hijos pero la satisfacción de ver como otro chico aprende, las fortalece en eso que tanto aman, la docencia.
Este es el caso de Liliana Bustos, tiene 49 años y lleva 25 en la profesión, más de la mitad de su vida. Su labor no se limita a un solo establecimiento. Su rol incluye supervisar seis escuelas y siete salitas en distintos pueblos como Los Baldecitos, Baldes de Rosario, Los Bretes, Sierra de Chávez y Sierras de Elizondo, todas ubicadas en la vasta y montañosa geografía de Valle Fértil.
La distancia y el terreno agreste presentan desafíos diarios: "A veces, lo que más se complica es el tema de las distancias, los tiempos que se trabaja en esas escuelas y algunas son albergues. Los docentes pasan diez días allí y cinco en sus casas", explica.
El compromiso con la educación en estas zonas aisladas requiere sacrificios significativos. Liliana recuerda tiempos en los que se desplazaba en mula o a pie para llegar a sus destinos. Aunque ahora se moviliza en su propio automóvil, los desafíos persisten. Sin embargo, lo que mantiene su espíritu en alto es la pasión por la enseñanza y el impacto positivo que tiene en la vida de sus alumnos. "Ver cómo los chicos aprenden y crecen es lo que me fortalece. A veces me pierdo momentos con mi propia familia, pero la satisfacción de ver a esos niños aprender y desarrollarse es lo que me motiva", afirma Bustos.
Su decisión de seguir en la docencia, a pesar de las dudas iniciales, se consolidó gracias a la influencia de un mentor. "Tuve un gran profesor que me dijo que esperara antes de decidir abandonar. Me animó a seguir, y ahora no me arrepiento porque es mi vida, es mi pasión, es mi vocación", relata.
Como directora, Bustos valora enormemente el trabajo en equipo. "Siempre digo y siempre lo diré, somos un verdadero equipo. Los docentes le ponen todas las ganas porque ellos sí tienen que trasladarse a esas escuelas todos los días", destaca. A pesar de las diferencias entre trabajar en zonas rurales y en la ciudad, Liliana cree que la elección de dónde ejercer la docencia es personal. "Nosotros elegimos dónde ir a trabajar, y somos conscientes de los recursos que debemos aportar. Es una elección de cada uno", sostiene.
A los futuros docentes, Bustos les deja un mensaje claro: "El amor a la carrera lo van a tomar una vez que comiencen a trabajar. Ahí van a aprender, es como se dice, se aprende en la cancha. No tengan miedo, no bajen los brazos, y no se queden en una zona de confort. Estamos frente a un aula, frente a un niño; somos responsables de esos niños. Hay que darles todo lo mejor como persona, como ser humano, como docente".
Liliana Bustos concluye con una reflexión profunda sobre su labor: "Es hermoso, es mi experiencia de toda la vida. El trabajo en las escuelas rurales es alma, vida y corazón. Si no le pones alma, vida y corazón, no te va a gustar". Su dedicación y amor por la enseñanza en lugares inhóspitos es un testimonio poderoso del impacto que una vocación genuina puede tener, incluso en los entornos más desafiantes.