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Historia de San Juan

La Época Cantonista (1918 -1934)

"F ue que el siglo nació dolorido / En su cuna de cepa y adobe / Dignidad para todos los hombres / Esa fue la razón de aquel grito. / Resto vil de una vieja injusticia / Iba el peón suplicando el sustento / Como un mar de banderas al viento / Ondeó al fin en su cara la risa…

Aldo Cantoni.

Sin duda, el Cantonismo marca una nueva época en San Juan y una nueva visión sobre las relaciones sociales y económicas, sobre la participación de la mujer y sobre la convivencia colectiva en la nueva "democracia de masas". Veamos cuáles son sus antecedentes y el marco que generó su existencia como movimiento político y social.

1.    El "boom" vitivinícola y la estructura económica y social

La instalación de bodegas en San Juan comenzó en la década de 1870, y la vitivinicultura sanjuanina tuvo su primera participación oficial como sector económico en la   –octubre de 1871/enero de 1872, durante la presidencia de Domingo F. Sarmiento- de la que participaron numerosos elaboradores de vino sanjuanino. Si bien fue recién en la década del ‘80 del siglo XIX cuando comenzó la transformación económica de San Juan, para convertirse en el "boom" vitivinícola a partir de la llegada del ferrocarril en 1885. 

En la famosa exposición de Córdoba, a la que concurrieron trece productores vinícolas sanjuaninos (Facundo Maradona, Rosauro Doncel, Juan M. Tierney, Zenón Castro, F. S. Klapembach, Pedro Coll, Carlos Maffei, E. Serrano, Eleuterio Fernández, Ángel Morcillo, Eduardo Keller, José Brignone y Pedro Caraffa), los premios fueron en su mayoría para los vinos mendocinos. Sólo el sanjuanino Rosauro Doncel obtuvo una Medalla de Plata. "Este hecho demuestra –marcan los historiadores Peñaloza y Arias- que, si en nuestra provincia eran muchos los que elaboraban vinos, la técnica no se había mejorado y se seguía con los procedimientos rudimentarios" en la década del ’70 del siglo XIX.

Si hacemos un breve repaso de nuestra industria vitivinícola, cabe consignar que fue en la época de la creación del Estado Nacional y de la fundación de la Argentina Moderna -entre1880 y 1890-, durante la presidencia del tucumano Julio A. Roca y parte de la del cordobés Juárez Celman, que comenzó en gran escala la exportación de vinos sanjuaninos al Litoral y al Norte. Desde 1876, año en que José Eugenio Doncel obtuvo premios con sus vinos en la Exposición de Filadelfia, durante la presidencia del tucumano Avellaneda, surgió una nueva realidad que comenzó a desbordar los terrenos aledaños a la ciudad y extenderse a los departamentos Caucete, Albardón y Angaco (Sur y Norte), dejando atrás los primeros desencantos. 

Esa nueva situación no era fortuita: aparte de extenderse la superficie plantada con vid y aumentarse exponencialmente la producción de vinos, pasas y uvas exportadas, se había comenzado a introducir nuevas variedades de vides y se ensayaban nuevas técnicas de producción de vinos.

Importante responsabilidad le cupo en ese mejoramiento y modernización de la industria vitivinícola a Justo Castro -salteño que echó raíces en Caucete-, quien sería vicegobernador de San Juan primero y luego quedaría a cargo de la gobernación en el año 1895, por renuncia del entonces gobernador Domingo Morón que pasó a desempeñarse como senador nacional por San Juan.

En su finca de La Plata en Caucete -adelantándose veinte años a otro gran pionero, José María de los Ríos-, Castro "plantó la primera viña de vides seleccionadas o finas, sin eliminar las tradicionales variedades sanjuaninas: cereza, moscatel y criolla". Ese fue el origen de las viñas de uva francesa en San Juan y Mendoza, traídas desde Burdeos por Castro. 

En el mes de septiembre del año 1875 llegaron a San Juan las variedades Cabernet, Pinot, Malbec, Chateaurouge y Semillón. Se plantaron cincuenta hectáreas en la Puntilla y otras fincas de Caucete y de 25 de Mayo y "se abandonó el sistema de cultivos de viñedo de cabeza por el de viña espaldera, en hileras de dos metros una de otra y a distancia de un metro y sesenta centímetros cada planta". 

Evidentemente, al encontrar un nicho de mercado no alcanzado por "las tradicionales variedades sanjuaninas de 300 quintales de uva por hectárea", que ya por entonces batían récord en el mundo vitícola, hacia 1886, Castro pudo alcanzar prosperidad y una sólida fortuna, generada a su vez por su condición de viñatero y bodeguero. En 1892 completaría su ciclo empresarial asociándose con Francisco Uriburu, hermano del presidente de la Nación (José Evaristo Uriburu), con el financista español Luis Castells y el ingeniero italiano Bautista Medici, bajo el rubro Sociedad Uriburu, Castro y Compañía, firma que se ubicó a la cabeza de la exportación vitivinícola sanjuanina. 

Justo Castro se sumaba así a la falange de pioneros encabezada, de acuerdo al historiador Videla, "por Carlos y Miguel Echegaray, Antonio y Facundo Maradona, Ignacio Segundo y Luis Heraclio Flores, Juan Maurín, Eladio Gigena, Rosauro y José Eugenio Doncel, Pedro Coll, Eduardo Keller, Pedro Caraffa, Vicente Cereseto, Eliseo W. Marenco, Timoteo Basualdo y Juan Miguel Tierney", antecedente insoslayable de la gran industria que se montaría al despuntar el siglo XX "con Meglioli, Santiago Graffigna, Graffigna Hermanos, Del Bono, Langlois Hermanos, Campodónico y Lértora, Galvarini, Copello, Gustavo y Máximo Wiedenbrung". 

En 1881, inspirado en aquellos pioneros de la exposición de 1871 y en los nuevos logros alcanzados entre 1870 y 1880, reconocidos en certámenes y exposiciones extranjeras, nació el "Club Industrial". En 1883, en vista a la inminente llegada del ferrocarril a San Juan, el "Club" realizó la primera exposición industrial en la provincia, que exhibió –junto a distintas muestras artesanales locales y otras producciones industriales nacionales- la nueva producción vitivinícola sanjuanina, que esta vez, sí, pudo lucirse.

En abril de 1885, al llegar el ferrocarril andino en plena gestión presidencial de Julio A. Roca (1880 – 1886), el gobierno de la provincia concretó una segunda exposición. Sin ninguna duda, con la llegada del tren a San Juan, que lo conectó de forma más económica, segura y rápida a prácticamente todo el país, la industria vitivinícola se consolidó, dado el lugar privilegiado que, paradójicamente, el modelo agroexportador asociado al comercio exterior le concedió a esta industria cuyana en el mercado interno. 

A los pioneros ya mencionados y a los primeros exportadores de vino como Serú, Maurín y Ruiz, Justo P. Castro, Rosauro Doncel, Juan Tierney, Salomón Ramírez y Vicente Cereseto -nos confirman Peñaloza y Arias-, se sumó un grupo importante de inmigrantes italianos, españoles y franceses como los Graffigna, Del Bono, Copello, Meglioli, Guillemain y otros, que llevaron nuestra industria madre a un primer plano tanto a nivel nacional como internacional.  

El único problema –aparte de verificarse una caída creciente de la calidad respecto a la cantidad producida- fue que, al consolidarse la industria vitivinícola en San Juan como la única alternativa económica a gran escala, la riqueza y fortuna se concentraron solo en el grupo de los grandes bodegueros y viñateros, consolidándose a su vez una estructura económica monocultora y una estructura social bastante desigual e injusta con relación a los pequeños y medianos viñateros. Éstos se vieron obligados a vender sus uvas al precio que le imponían los que tenían una posición dominante en el mercado local; y los empleados y obreros de bodegas, cosechadores y peones de viña, paseras, empacadoras, etc., estuvieron obligados a cumplir de 10 a 14 horas de trabajo, sin derechos laborales, sociales ni previsionales, entre otras injusticias sociales. 

Esa estructura económica provincial se integró a nivel político, económico y social a la Argentina agropecuaria, productora de bienes primarios exportables de la pampa húmeda e importadora de productos industriales del extranjero. 

Un extraño fenómeno

Al analizar este extraño sino paradójico fenómeno que reunía los intereses industriales de los bodegueros (ligados fundamentalmente al mercado interno) con los intereses de la oligarquía agroexportadora, anti industrialista y ligada exclusivamente al mercado externo como proveedora de productos primarios a las potencias industriales, Arturo Jauretche lo explicaba así: "La forma en que históricamente se ha organizado el mecanismo de nuestro comercio exterior es sutil y difícil de desentrañar. Al estudioso de nuestra historia, lo primero que le llama la atención es el hecho contradictorio de que la oligarquía liberal y libre empresista (anti estatista y anti industrialista), partidaria de la división internacional del trabajo, haya sido "proteccionista" en algunos casos, por ejemplo, en la industria del azúcar, del vino y de la yerba, favoreciendo intereses del interior argentino… Ello ha sido posible porque concurría a facilitar el monopolio del comercio exterior de la zona grano-carne en beneficio de la política imperial dominante".

El desarrollo vitivinícola quebraba la relación comercial con Francia, que nos vendía vinos y le vendíamos lana, y el desarrollo azucarero debilitaba a su vez la relación comercial con Brasil y Cuba, que nos vendían azúcar y nos compraban carne. En el caso de estas industrias únicas a nivel provincial, "la clave consistía en liberar carnes y lanas de esos clientes -Francia, Cuba, Brasil-, robusteciendo así la vinculación comercial con el Imperio (británico) que se convierte en comprador único", alejándonos además de las "tentaciones" industrialistas a nivel general y de integración latinoamericana pendientes. 

El texto de Jauretche explica tanto la falta de una política industrial para todo el país, como el atraso y la falta de desarrollo a nivel de las provincias argentinas, si entendemos con Jorge Abelardo Ramos que "no estamos divididos porque somos subdesarrollados sino que somos subdesarrollados porque estamos divididos" y desindustrializados para poder competir con un mundo desarrollado antes que nosotros y, en muchos casos, "gracias a nosotros" (extracción de nuestros recursos naturales, concentración de nuestra economía en manos de empresas y monopolios extranjeros, intercambio desigual, transferencia y/o fuga de divisas al exterior, endeudamiento externo, etc.), sin mayor desarrollo económico ni bienestar permanente como sustentan esos países verdaderamente desarrollados.

Ese ha sido el secreto de la coincidencia ideológica, la connivencia económica y la complicidad política entre la clase dominante sanjuanina (grandes bodegueros y propietarios de viñas) y la oligarquía portuaria durante toda nuestra historia. Esa política contribuyó en principio al desarrollo de la vitivinicultura, aunque también a la consolidación del país-granja, productor exclusivo de carnes y granos para el comercio exterior, en detrimento de un verdadero desarrollo nacional, es decir en contra de la consolidación de un mercado interno poderoso con desarrollo industrial integral y paralelamente con derechos sociales y laborales garantizados para todos sus habitantes, con su capital o su trabajo productores directos de la riqueza.

Otro fenómeno que coadyubaba al desarrollo vitivinícola, sin dejar de profundizar la dependencia de ese modelo agroexportador ligado a un comprador único extranjero proveedor de manufacturas industriales que impedía nuestro autodesarrollo nacional, fue el trazado de los ferrocarriles en forma y con carácter de embudo, cuyo extremo convergía en el Puerto de Buenos Aires, en la que no se puede dejar de ver la mano inglesa y de la oligarquía portuaria.

Cuando Raúl Scalabrini Ortiz pujaba por la nacionalización de los ferrocarriles en tiempos del general Perón, porque "adquirir los ferrocarriles es adquirir soberanía", daba a la vez su razón principal: "Todo crecimiento y progreso argentino continuará constreñido en su desarrollo por la inercia ferroviaria carente de estímulos nacionales". 

Obviamente, el ferrocarril inglés estaba para favorecer los intereses británicos, no los argentinos en forma integral. "El ferrocarril -explicaba Scalabrini- fue el arma principal que el extranjero empleó en su obra de sujeción de la voluntad argentina, puesto que la fuerza de los ferrocarriles es casi inconmensurable. La tarifa mata con más certeza que la barrera de aduana. En el pasado aniquilaron industrias y pueblos o los crearon cuando les convenía. Y continuarán haciéndolo, si no los incorporamos, por expropiación integral, al cuerpo nacional". 

Hemos explicado ya con Jauretche las razones que tenían los ingleses para coadyuvar al desarrollo vitivinícola con exclusión de otras industrias y negarnos así el desarrollo integral de nuestra economía. Pero toda acción encuentra su reacción. 

Al consolidarse la industria vitivinícola como única alternativa económica, cuya riqueza y fortuna se concentró en pocas manos, se consolidó además una estructura económica y social que acarrearía una reacción y una respuesta a nivel político: esa respuesta fue el Cantonismo en la segunda década del siglo XX (desde su nacimiento político en 1918 como Unión Cívica Radical Intransigente), expresión de todos los sectores provinciales explotados y perjudicados ya mencionados, que pudieron así manifestarse y plantear la alternativa de una nueva estructura económica diversificada y una estructura social más justa a nivel local.

2.   El nacimiento del Cantonismo 

El comienzo del nuevo siglo encontró a San Juan con un importante y creciente desarrollo vitivinícola, aunque presa del monocultivo. De esa situación se beneficiaba casi con exclusividad una concentrada clase bodeguera y viñatera, mientras mantenía en condiciones no muy dignas al peón de campo, al obrero urbano y a gran parte de la población que sufría bajos salarios, jornadas laborales de 10 a 14 horas, indefensión gremial, analfabetismo, insalubridad, inseguridad social y un futuro no muy prometedor. Tampoco el pequeño y mediano productor escapaba a las condiciones de hierro de la "ley del mercado", impuesta por los que usufructuaban en forma excluyente el poder político, social y económico en la provincia. 

Federico Cantoni.

Como explica Susana T. Ramella de Jefferies, la inmigración tuvo un papel importante en la conformación del sector bodeguero y grandes propietarios de viñas. Las primeras corrientes "llegaron en el momento en que cambiaba la estructura productiva y San Juan se dedicaba a la vitivinicultura", dando lugar a la fundación de las primeras grandes bodegas locales. Dada la introducción de nuevas variedades de vid y, sobre todo, el perfeccionamiento técnico que permitía producir mejores vinos, como dicen Peñaloza y Arias, "las viejas bodegas pequeñas murieron para dar lugar a la Gran Industria". 

La llegada del ferrocarril a la provincia en 1885 -por su conformación en forma de embudo-completó el cuadro de aquel modelo primario de país granja dirigido al intercambio desigual con el extranjero, que trajo el "progreso", pero no para todos ni en igual medida. 

En efecto, el crecimiento vitivinícola que el ferrocarril terminó de favorecer fuertemente, permitió que algunos de esos inmigrantes se convirtieran en grandes viñateros y bodegueros: "ese fue el caso de los Graffigna, los Del Bono, los Tierney, por ejemplo", que luego tendrían destacada actuación en la política sanjuanina desde los partidos y asociaciones de "notables" (como hemos señalado), ya en las primeras décadas del nuevo siglo.

No obstante, la corriente inmigratoria mayor "llegó tarde al asentamiento de la industria principal de San Juan -explica Susana Ramella- y por ende no pudo ascender a posiciones más expectables". Esta última corriente, como así también el hijo del criollo nativo (prejuiciosa y despectivamente llamado "chino" o "yarco" por las clases acomodadas), fueron captados en gran parte por el movimiento político de los hermanos Cantoni. Ello explica también el planteo de diversificación económica que sostuvo el cantonismo -de mucha similitud en todo con el lencinismo mendocino-, a los fines de actualizar y democratizar además la estructura productiva de la provincia. "La maestrita de los yarcos", obra de Margarita Mugnos de Escudero -primera novelista sanjuanina-, retrata en parte la situación que se vivía por aquella época, representada por la relación de una maestra rural y su novio propietario de campos en un departamento como Jáchal.     

Con el liderazgo de un joven Federico Cantoni, el cantonismo se separó en febrero de 1918 del tronco radical que integraba hasta ese momento, adoptando a partir de entonces el nombre de Unión Cívica Radical Intransigente (UCR Intransigente), sin romper todavía del todo con su antecedente radical.

La palabra "intransigente" se explicaba en principio por el rechazo al acuerdo sellado en San Juan entre los elementos del "Régimen" (condenado a nivel nacional por el propio radicalismo) y los sanjuaninos del partido fundado por Leandro N. Alem. Paradójicamente, los "intransigentes" se separaban de su tronco matriz sin dejar de levantar como símbolo del nuevo partido la figura del caudillo fundador -Leandro Alem- que había concertado con el mitrismo oligárquico la revolución de 1890, en vísperas de la fundación del radicalismo histórico.  

Al elegir la figura de Alem como centro de sus "devociones" partidarias, el cantonismo adoptaba a la vez -quizás inconscientemente-, el principio concertador con las fuerzas del régimen conservador, a los que apoyó a nivel nacional y que combatió sin ningún lugar a dudas a nivel local, defendiendo los intereses de amplios sectores populares provinciales: peones de viña, obreros urbanos, pequeños y medianos bodegueros y viñateros, y la población trabajadora activa y pasiva en general de San Juan. 

En efecto, a nivel provincial, el cantonismo rompería lanzas con los partidos y fuerzas del "Régimen" que favorecían a los "círculos de privilegio" representados por el  Partido Popular, que había gobernado entre 1907 y 1914 (ahora integrado al radicalismo y otros partidos); la Concertación Cívica, que gobernaría San Juan entre 1914 y 1917 (cuyos dirigentes formarían más tarde el Partido Liberal) y hacia 1931 adoptarían el nombre de Partido Demócrata Nacional; el Socialismo local, aliado consuetudinario de las fuerzas conservadoras; y la UCR "Nacionalista", única fracción radical reconocida por el Comité Nacional del radicalismo. 

Sin embargo, paradójica y contradictoriamente, la nueva fuerza local que representaba el cantonismo se aliaría a nivel nacional con los sectores conservadores, liberales y socialistas para atacar de plano la política nacional y popular que interpretaba Hipólito Yrigoyen, presidente desde 1916 por mandato soberano del pueblo argentino. Curiosamente, ninguno de los períodos de gobiernos cantonistas coincidió con los momentos en que el gran caudillo radical presidió la República.  

En San Juan quedaron conformados tres grandes fuerzas: la Concertación Cívica (conservador), la UCR oficial y, desde 1918, la UCR Intransigente. La elección de un diputado nacional en marzo de 1918 había deparado el enfrentamiento entre viejos y jóvenes radicales, dando lugar al surgimiento de la nueva fracción primero, y luego al nuevo partido, desde un comienzo liderado por Federico Cantoni, quien sería su jefe y líder desde allí en más, hasta su muerte en 1956. A partir de 1920 ese partido pasaría a llamarse UCR Bloquista, debido precisamente a la conformación de un "bloque" escindido del radicalismo oficial en la Legislatura bicameral local. 

La constitución de ese "bloque" ahondó la oposición al gobernador radical Amable Jones (1920 – 1921), cuya gobernación había surgido "gracias a la unión de dos fracciones radicales", de las que, obviamente, no participaba el bloquismo, enfrentado a la conducción radical tanto a nivel local como nacional. 

El 20 de noviembre de 1921 se produjo el asesinato del Dr. Amable Jones. Su consecuencia inmediata fue la disolución del débil frente político que lo había sostenido en la provincia y la división clara -a dos aguas- de la política sanjuanina: por un lado, la Concertación Cívica, que reunía a las fuerzas conservadoras en lo político y social y liberales en lo económico; y del otro lado, el cantonismo o bloquismo histórico, liderado por Federico Cantoni y sus hermanos Aldo y Elio, que, sin ninguna duda, representaba y representaría de aquí en más los intereses de las mayorías populares sanjuaninas, no solo en su discurso y programa escrito, sino también en su intensa y provechosa acción gubernamental a lo largo de poco más de una década (1923 -1934). 

El cantonismo gobernó San Juan con convicción y coherencia programática, siempre y ampliamente plebiscitado, desde 1923 a 1925 con Federico Cantoni; desde 1926 a 1928 con Aldo Cantoni; y desde 1932 a 1934 nuevamente con Federico Cantoni,

3.   La política cantonista

Sin duda, la Constitución Provincial de 1927 fue la síntesis y culminación de toda la política anterior y posterior a esa fecha del movimiento cantonista. Traducida en un programa y éste a su vez en una política concreta llevada a cabo durante cada par de año de gobiernos cantonistas -contraria a los intereses de los sectores minoritarios sanjuaninos-, esa política fue la causa de su rechazo por parte de los sectores más acomodados y motivo de las intervenciones federales y del derribamiento antidemocrático liso y llano de aquellos tres gobiernos verdaderamente "revolucionarios y plebeyos" antes de concluir sus respectivos mandatos constitucionales. 

Elio Cantoni.

¿En qué consistió dicha política, qué intereses favorecía y a quiénes perjudicaba?

De acuerdo a la ajustada reseña de Carlos Ciro Maturano -dirigente bloquista contemporáneo-, "la base del programa de gobierno de la Unión Cívica Radical Bloquista establecía un rol fundamental al Estado para que, de esta manera, disminuyera las desigualdades sociales y económicas, protegiendo a los sectores más vulnerables". En esa línea se estableció el salario mínimo a través de la ley Nº81 del 29 de noviembre de 1923; la jornada máxima de ocho horas a partir del 1º de febrero de 1924 (ley Nº79); a través de un decreto con fecha del 29 de abril de 1924 se establece por primera vez en la provincia el feriado del 1º de mayo; proyectos de construcción de viviendas obreras como las de la Villa Obrera de Chimbas; creación de la Casa Hogar para el amparo de la niñez abandonada; la asistencia médica hospitalaria con la facilitación gratuita de medicamentos; la creación de la Administración Sanitaria y Asistencia Pública, para lo cual fue fundamental "ampliar y dotar con la mejor tecnología del momento el único nosocomio existente en la provincia" -actual Hospital Dr. Federico Cantoni-, que llegó a ser "uno de los mejores del país con pabellones adecuados tanto para varones como para mujeres; consultorios para las distintas especialidades; salones para pensionados y salas para cocinar".  

Esa política fue posible en términos institucionales gracias a la coordinación y cohesión entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo cantonista, a efectos de hacer realidad el programa propuesto, situación que la oposición minoritaria endilgaría a la docilidad de los legisladores bloquistas rendidos a los pies del "personalismo" de don Federico. En realidad, se trataba de una excusa propagandística de los sectores acomodados, a los que les molestaban los impuestos que afectaban sus desmedidas ganancias, y con cuyos recursos el cantonismo conformó el presupuesto provincial durante sus tres gobiernos y desarrolló su política de redistribución más equitativa de la riqueza que todos los sanjuaninos generaban con su trabajo. 

El presupuesto de los gobiernos cantonistas, que le otorgaba al Estado mayor poder frente a los intereses privados, fue la base de su programa político, económico y social y el principal punto de fricción con la oposición, pues la Ley de Presupuesto tuvo que financiarse necesariamente con el gravamen a los sectores de mayor poder económico y financiero: a los grandes bodegueros, con el impuesto al vino; a los grandes propietarios de viñas, con el impuesto a la uva; y mediante el impuesto de contribución directa, que gravaba proporcionalmente a los sectores de mayores recursos según sus bienes y fortuna. 

Haciendo un promedio de las tres gestiones cantonistas, un 40% de los fondos recaudados con tales impuestos fueron dedicados a obras públicas, el 14% a la instrucción pública, el 6% a la administración sanitaria y el 12% a la policía, que, comparado con el 27% que los gobiernos conservadores dedicaban a seguridad interior y se lo sustraían a los demás rubros, explica cómo pudo realizarse la enorme labor de los gobiernos cantonistas, a pesar de las sucesivas intervenciones federales que los interrumpieron, sin poder cumplir nunca su mandato constitucional de tres años. 

Esa política apuntaba, bajo la dirección del Estado, no a la destrucción de los sectores económicos más favorecidos sino a la aceleración y profundización del crecimiento económico con Justicia Social y a la reactivación del aparato productivo de la provincia "mediante el desarrollo de los recursos naturales y el perfeccionamiento físico e intelectual de los recursos humanos". 

Pretendía así, como de hecho lo logró, generar un incremento de la infraestructura económica, a través de numerosas e importantes obras de vialidad e irrigación, diques de contención y distribución, obras de canalización y desagüe; el cambio y diversificación de la estructura productiva (creación de la "Azucarera de Cuyo" con capitales mixtos en 1923); introducción de nuevas hortalizas y árboles frutales con el fin de implantar la industria de dulces y conservas; instalación de una fábrica de sidra y calvado en Calingasta; protección a la cerveza, vinos de mesa, vermout, embotellados de elaboración provincial; exención impositiva a las explotaciones de canteras de mármol y hornos de cal; modernización de las técnicas de cultivo (de la remolacha y otros productos); y la construcción de obras "útiles y necesarias" como fueron la Bodega y Destilería del Estado, la Marmolería del Estado, el Hospital Rawson, el Estadio Abierto del Parque de Mayo y el Parque Rivadavia en la Quebrada de Zonda, que mejoraban el bienestar de la población y mantenían el pleno empleo.

El programa cantonista de reparación social se plasmaría expresamente en la Constitución de 1927, de profundo y amplio contenido social, que reconocía a todos los habitantes de la provincia "el derecho de un mínimo de seguridad económica", declarando el hogar de la familia "inembargable", y garantizaba entre otros derechos "un régimen de seguros contra la enfermedad, la vejez y la invalidez y de amparo a la maternidad, la viudez y la niñez desvalida", aparte de otorgar por primera vez en el país el derecho a votar y a ser votadas de las mujeres sanjuaninas. 

Durante la época cantonista los obreros tuvieron sus leyes de jornada máxima y salario mínimo (disminución a ocho horas de la jornada laboral y aumento sustancial del jornal); las mujeres obreras tuvieron sillas en los comercios y licencia por maternidad, con absoluta estabilidad y seguridad laboral; se permitió por ley celebrar el día del trabajador y organizar  sindicatos; muchas familias pudieron acceder a un Lote de Hogar cedido por el Estado; el pequeño y mediano productor tuvo en el gobierno un árbitro para tener precios más elevados por la uva; se instituyó el seguro obligatorio para resarcir a ese sector de los daños causados por el granizo y las heladas; se creó la Caja de Pensión Obrera a la vejez e invalidez; se fundaron escuelas profesionales de artes y oficios, escuelas nocturnas y granjas-escuelas para ambos sexos, escuelas especiales para madres solteras, escuelas agrícolas para niños huérfanos y la Escuela Circular para niños débiles; la creación de la Administración Sanitaria a nivel provincial junto con la construcción y finalización del Hospital Rawson y las campañas de vacunación, higiene y prevención de enfermedades permitieron un salto cuantitativo y cualitativo en la salud de la población, tanto que el índice de mortalidad -uno de los más altos del país hasta entonces- descendió vertiginosamente en la era cantonista.

Como apunta Susana Ramella de Jefferies, "la redistribución del ingreso y de la riqueza fue considerado el medio más adecuado para conseguir el desarrollo de los recursos humanos".      

Con el fin de combatir esa política y defender sus intereses minoritarios y excluyentes, los sectores pudientes sanjuaninos conformaron la "Liga de Defensa de la Propiedad, la Industria y el Comercio de San Juan". Pero, ¿acaso podía haber industria, comercio y creación de riqueza sin la participación de los trabajadores sanjuaninos y pequeños y medianos productores? 

Sin duda, se trataba de dos maneras de concebir la propiedad, la industria y el comercio, en el marco de un sistema de división nacional de la economía, inserta en la "división internacional del trabajo". A esos intereses oligárquicos se opuso el cantonismo o bloquismo histórico a nivel local, aunque no tanto a nivel nacional, porque, paradójicamente, el bloquismo apoyó a los sectores oligárquicos a nivel país durante la época del radicalismo histórico y estuvo en la oposición que fogoneó la caída de Hipólito Yrigoyen en 1930.   

Sin duda, la figura casi excluyente de todo este proceso y fenómeno político provincial fue la de don Federico Cantoni, don Fico, como lo llamaban familiarmente los más cercanos. A él se debió, en definitiva -con inmenso carisma, gran sensibilidad social y pragmatismo político-, la decisión y férrea voluntad para llevar a cabo el programa bloquista en la provincia, cuya concepción había recibido los aportes de su hermano Aldo, de filiación socialista.

El líder cantonista reunía todas las características que distinguen a los caudillos latinoamericanos. Había adquirido su prestigio social no por el dinero o posición económica sino por el generoso ejercicio de su profesión de médico, con el que atendía y ayudaba a sus comprovincianos sin distinción de origen, generalmente en forma gratuita. De doña Ursulina Aimo Boot, su madre, italiana de origen irlandés heredó un carácter fuerte y activo que puso al servicio de su provincia y de la mayoría de sus comprovincianos, a quienes conquistó en buena ley para los ideales y los fines superiores por los que luchó y por los que se destacó desde muy joven y durante toda su vida.  

Derribado por una "revolución" que terminó con su gobierno y con la era del bloquismo histórico, dando pie al comienzo de la "década infame" en nuestra provincia, la actuación política del Dr. Federico Cantoni tuvo continuidad como embajador entre 1953 y 1955 en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en representación del gobierno del general Juan D. Perón, a cuya causa adhirió, disolviendo en esas circunstancias a la Unión Cívica Radical Bloquista. 

Años después de la muerte del Dr. Federico Cantoni en 1956, el bloquismo sanjuanino volvió a tener destacada actuación -aunque no con las características históricas particulares de la era cantonista-, a partir de entonces bajo el liderazgo de su sucesor, el Dr. Leopoldo Bravo. 

4.   El voto femenino en San Juan

La primera gran revolución sufragista de las mujeres en nuestro país se produjo en San Juan, el 10 de febrero de 1927, a través de la reforma de la Constitución Provincial y la promulgación de una nueva Ley Madre de inspiración cantonista, que le otorgó a la mujer sanjuanina el derecho a elegir y ser elegida.

Voto femenino.

El artículo 34 de la nueva Constitución aprobada, rezaba: "Son electores provinciales con derecho a participar en todos los actos electorales los ciudadanos argentinos, nativos o por naturalización, de ambos sexos, mayores de dieciocho años y domiciliados en la provincia".

Fue el propio Federico Cantoni, Convencional Constituyente y jefe del bloquismo quien en aquella histórica sesión fundamentó el derecho del voto femenino: "Es la mujer la más indicada para conocer los problemas y necesidades de la comunidad, ya que es ella y no el hombre la que afronta la realidad cotidiana de su hogar". "No le falta capacidad cívica, por el contrario, con su inteligencia y, aun con su sola intuición demuestra que es igual, cuando no superior, al hombre". "Todo esto pone en evidencia la necesidad de acordar, por fin, el derecho de voto de la mujer en San Juan, no por prurito de importar innovaciones de Norte América, de Francia o Inglaterra, sino porque la misma actuación de nuestras mujeres impone esa reforma". Finalmente, Federico Cantoni mencionó la participación que había tenido la mujer desde los tiempos de San Martín y en la propia campaña provincial de 1923 mientras los principales dirigentes bloquistas estaban presos.

Con una concurrencia del 97% del padrón electoral, el 8 de abril de 1928, con la elección de Diputados y concejales, las mujeres sanjuaninas pudieron ejercer por primera vez su derecho al voto. De esa elección devino el nombramiento como Intendenta de Calingasta de Emilia Collado, y seis años después -después del derribamiento del Dr. Federico Cantoni, aunque siguiendo el mandato de la nueva Constitución cantonista- fue elegida diputada provincial Emar Acosta, considerada la primera legisladora del país y de América Latina que ocupó ese lugar por el voto popular de acuerdo a la Constitución de 1927. 

Antes de romper con el bloquismo y ser candidata a legisladora por el Partido Conservador y legisladora provincial en 1934, Emar Acosta (riojana de nacimiento), en 1926, recién recibida de la Universidad de Buenos Aires y ya radicada en San Juan, habiendo obtenido la matrícula N°1 del Foro de Abogados local, fue designada en el gobierno del Dr. Aldo Cantoni como Defensora de Menores –donde tuvo una destacada actuación-, llegando a ser la primera jueza de la provincia.   

De esa manera, el bloquismo expresaba también los derechos de ese amplio sector marginado y postergado que incluía, además de profesionales como Emar Acosta, a las amas de casa, a la mujer obrera ligada a las tareas vitivinícolas como vendimiadora, pasera o empaquetadora, a las mujeres que accedían a la educación mixta a través de las escuelas profesionales de artes y oficios y de las escuelas nocturnas y las granjas-escuelas para ambos sexos, como así también a las mujeres que ejercían el magisterio, al que el cantonismo había dignificado también con el aumento y regularidad de sus salarios y de sus derechos laborales. 

El derecho al voto femenino y la participación de la mujer en la administración cantonista no era sino la expresión del ideal y la voluntad transformadora del cantonismo o bloquismo histórico, anunciando y prefigurando otro movimiento popular y revolucionario a nivel nacional, que tendría vigencia dos décadas después y reivindicaría los derechos y el voto de la mujer argentina a la par de los derechos económicos y sociales de los trabajadores.

Elio Noé Salcedo

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