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Patentó una lámpara de agua y ganó el "Mundial" de los inventores

Obtuvo la medalla de oro en el mundial de inventores

El argentino Germán Nagahama Schell se llevó el premio máximo en una de las categorías de la exposición internacional de Ginebra. Cómo funciona su invento.

"Todo innovador no es celoso de lo que sabe". Este parece ser el mantra de Germán Nagahama Schell, el argentino que acaba de ganar la Medalla de Oro de la Exposición Internacional de Invenciones de Ginebra en la categoría de Seguridad por un nuevo sistema de emergencia que usa lámparas de agua.

Nagahama, hijo de un padre peruano descendiente de japoneses y una madre argentina con ascendencia alemana, ganó en "el mayor evento anual del mundo dedicado exclusivamente a la invención", según lo explica la página web de la feria. La meca de los inventores organizó su edición número 48 de forma virtual este año y el argentino se inscribió en febrero para participar con su lámpara de agua.

El inventor de 45 años, dueño con su esposa de dos casas de electrónica —una en el barrio de Wilde, donde viven— tomó un rumbo insospechado cuando se animó a experimentar con la electrónica, la física y la electroquímica.
Del agua, surgió la luz
Insospechado porque Nagahama se recibió en Comercio Internacional y Marketing en la UADE en 2002, no se licenció en ninguna ciencia exacta, y durante más de diez años viró entre el marketing, la logística industrial y la docencia en una ciudad entrerriana y luego en la localidad de Handa, Japón.
Allí trabajó durante tres años en Aisin Seiki, una empresa que fabrica componentes para Toyota. Allí también se reencontró con quien se convertiría en su esposa y "socia de la vida", Pamela Higa, cuya ascendencia también es japonesa.

Ambos regresaron a la Argentina en 2009 y una vieja inquietud terminó de instalarse en la mente de un hombre que nació en Perú por casualidad, pero es y se siente argentino. Como buen autodidacta, dedicó numerosas horas de estudio a lo que comenzó siendo un pasatiempo. "La computación y la electrónica fueron hobbies para mí, siempre fueron cosas que me interesaban y cada vez me metía más en la electrónica y la física", dice a Clarín.

Entonces, se le ocurrió reformular el invento de la celda galvánica o pila de Volta—llamadas así en honor a dos científicos, Luigi Galvani y Alessandro Volta— pero cambiando sus componentes para generar electricidad a partir del uso de agua (dulce o salada). "Mi idea fue un desarrollo para aprovechar una celda que no contenga ningún elemento contaminante", explica el inventor.

Para poder comprender la innovación del prototipo de Nagahama es necesario retener ciertos datos. La energía producida para generar electricidad se origina de un proceso químico: la electrólisis. Funciona porque existen tres elementos fundamentales para producirla: un electrodo con carga positiva, llamado ánodo; otro electrodo con carga negativa, llamado cátodo; y un conductor, en este caso: el agua.

Pero el agua, por sí misma, no es una gran conductora de electricidad. Generalmente necesita de una nueva sustancia que estimule la circulación de la electricidad: un electrolito. Los electrolitos pueden ser ácidos, bases o sales.

"Los primeros experimentos de la historia empezaron con ácido porque tiene una gran capacidad oxidante. Mi desarrollo se basó en ir mejorando esa cantidad y generar energía sin necesitar elementos más que el agua en sí, que no tenga que tener ninguna característica adicional", explica.
"Eso no se puede hacer"
En un principio, Germán consultó a varios ingenieros eléctricos pero su idea fue descartada. "Cuando empecé a consultar a ingenieros me decían 'No, eso no se puede hacer', y cuando uno inventa algo, como una celda en este caso, tiene que ir a las bases, a los principios de esa ciencia, porque no hay nada escrito. Me preguntaban para qué iba a usar agua si tenía vinagre o jugo de limón. El problema es que eso iba por el mismo camino de las pilas químicas contaminantes".
En 2016 ya comenzaba a juntar cables y crear una primera lámpara con unas cajas de CD. "Ese fue el primer mamarracho que funcionó", admite con algo de timidez. Entonces, supo de un prototipo con un mecanismo similar que se desarrolló en Japón y un familiar le hizo llegar dos. Funcionaban solo con agua salada. Las estudió, desarmó y diseccionó con curiosidad infantil.

Elaboró un segundo prototipo, pero encerraba otro problema por resolver: "Tenía que aislar el interruptor del sistema electrónico, tuve que rediseñarlo". El inventor quería asegurarse de que el agua no entraría en contacto con el interruptor.

A la par de esto, Germán ya se había puesto en contacto con el Foro Argentino de Inventores y, en 2018, participó en la muestra Innovar con su invento. En ese momento, con una lámpara algo más alta, cerrada, que ya estimaba que contaba con una autonomía de 40 horas.

"Paso a paso fui encontrando soluciones", así resume Nagahama un trabajo que le tomó, en conjunto, cerca de seis años. Para 2018 ya había encontrado la clave para ubicar el interruptor lejos de la celda: un imán. Sustituyó los extremos del cilindro por un anillo exterior que, mientras se van rotando, "permite hacer los contactos para que los distintos circuitos se peguen magnéticamente a los bornes", explica.

Fuente: Clarín

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