Sarmiento, el candidato provinciano
La candidatura presidencial de Sarmiento en 1868 se debatió en el marco de una profunda grieta nacional: un sanjuanino con historia porteña enfrentando el proyecto elitista y extranjerizante de Mitre y sus aliados.
La sucesión presidencial del general Mitre en 1868, cuya presidencia había sido nefasta para las provincias argentinas, se planteó finalmente entre un candidato porteño y un candidato provinciano. Tal seguía siendo la antítesis o antagonismo político-ideológico, económico y social desde la misma revolución de mayo.
El candidato porteño era Rufino de Elizalde, ministro de Relaciones Exteriores de Mitre, totalmente funcional a Buenos Aires y a su proyecto antinacional: responsable de la sumisión económica a Inglaterra y de la guerra contra el Paraguay industrial y soberano; integrante a su vez de una ciudad que le daba la espalda a las provincias y a los países latinoamericanos agredidos por España en 1865 (Chile, Perú, Ecuador y Bolivia) y por otras potencias europeas, como la misma Gran Bretaña, que usurpaba nuestro territorio insular malvinense desde hacía apenas 30 años antes.
Frente al candidato porteño, pro europeo y particularmente pro inglés, surgía la alternativa nacional de las provincias, agredidas política, militar y económicamente por Buenos Aires sobre todo en los últimos seis años de gobierno mitrista.
En particular San Juan -a pesar de que Sarmiento, como director de la guerra de Mitre y gobernador (1862 – 1864) había hecho todo lo que el poder mitrista necesitaba-, no por eso había obtenido de Mitre las medidas que la provincia requería para desarrollar la minería especialmente.
La respuesta de Mitre a los requerimientos del gobernador sanjuanino había sido: "Las minas pueden valer mucho para San Juan; pero para eso necesita tiempo, paz y confianza; mientras tanto no tendrá Ud. sino promesas, tanto del Gobierno Nacional, como de los particulares, porque sin eso, es imposible que le den otra cosa".
Pero había además motivos para enemistarse con Mitre y enfrentarlo a nivel político.
Los candidatos provincianos
Entre los candidatos provincianos se destacaba el general Justo José de Urquiza, desprestigiado en el Interior por sus capitulaciones ante Mitre y la oligarquía porteña; también el candidato de la provincia de Buenos Aires, el Dr. Adolfo Alsina, cuyo Partido Autonomista provincial "recogía la tradición federal y tendía a abrazar una política nacional de mayor alcance"; y como tercera opción aparecía la del sanjuanino Domingo F. Sarmiento, cuya candidatura había surgido por iniciativa del coronel Lucio V. Mansilla, representante de un nuevo ejército, "hastiado de sangre" en la guerra contra el hermano Paraguay y la represión contra las provincias.
Como entrevé el historiador y pensador nacional Jorge Abelardo Ramos, "comenzaba a producirse un acercamiento entre Alsina y Urquiza cuando la candidatura de Sarmiento, que levantaba en Buenos Aires menos resistencias que la de Urquiza, convence a Alsina de que era necesario llegar a un acuerdo con el sanjuanino".
Con el apoyo de la burguesía culta de varias provincias, sin descontar el decidido sostén del propio Ejército a su candidatura, y contando con el peso de la provincia de Buenos Aires a su favor -recordemos que Sarmiento había sido funcionario y legislador porteño durante la larga secesión de Buenos Aires- el sanjuanino concitaría y sumaría mayores apoyos y terminaría ganando la partida.
Los apoyos del candidato
En efecto, como asegura Manuel Gálvez en su completa biografía sobre nuestro comprovinciano, a fines de 1867, entre las buenas noticias para Sarmiento figuraban "la de que el ejército está de su parte: el regimiento Córdoba lo ha proclamado candidato en noviembre; un numeroso grupo de jefes y oficiales hace lo mismo por esos días" en el Paraguay y casi en masa se disponía a sostener su nombre en aquella disyuntiva.
También lo apoyan las dos universidades: la de Córdoba y la de Buenos Aires. Y La Tribuna ha colocado un aviso permanente, donde se lee que Sarmiento es su candidato para la futura presidencia. Y, algo más a su favor: aparte de las simpatías que despierta en el Club Liberal de Buenos Aires, el diario La Nación Argentina -defensor natural de Mitre y el mitrismo- "es el principal enemigo de Sarmiento", lo que ya es toda una garantía, sabiendo cuáles son las posiciones que se defienden de uno y otro lado y lo que cada uno de ellos representa objetivamente.
Aunque semejante desafío no resultaba cómodo para el candidato provinciano. El presidenciable sanjuanino tenía a la vista una pesada herencia de problemas sin resolver, entre ellos: "la cuestión Capital", pues Buenos Aires seguía siendo dueña exclusiva y excluyente de la ciudad-provincia y manejaba las rentas del país a su arbitrio, aunque Mitre las hubiera nacionalizado "mezquinamente" para manejarlas mejor desde una ciudad de Buenos Aires todavía no federalizada, por lo que un presidente provinciano sería solo "un huésped" o un "intruso" en la ciudad separatista; había un país devastado por la guerra civil: entre 1862 y 1868 habían ocurrido en las provincias 117 revoluciones y muerto en combates 4.728 ciudadanos; seguía en curso la sangrienta y fratricida guerra del Paraguay; "el desierto" y las invasiones indígenas eran sin duda un problema nacional (y no racial como hoy se plantea equivocadamente en forma retrospectiva, ahistórica e ideologizada); el ferrocarril de Rosario a Córdoba estaba sin terminar; había demasiadas heridas que curar; y todo estaba por resolverse.
¿Dónde estaba el secreto de la atracción política y personal del sanjuanino para ser elegido nada más ni nada menos que candidato a presidente de todos los argentinos, y que generaba entusiasta adhesión de parte de unos y enconada reacción en contra, de parte de otros?
¿Acaso no partían aquellas adhesiones a su candidatura de los mismos provincianos y miembros del país profundo que Sarmiento había rechazado en sus libros y alegatos políticos y propagandísticos a favor de Buenos Aires?
Las reacciones en su contra, ¿no se originaban en esa misma "burguesía porteña que utilizó muchas veces a Sarmiento" para denostar a las provincias? Ciertamente, Buenos Aires "no lo asimiló nunca por entero" por ser provinciano.
Las razones de su candidatura
A esta altura de la historia, aparte de la personalidad contradictoria de Sarmiento, el secreto estaba tanto en el rechazo que Mitre y su candidato generaban en las provincias, como en la procedencia del candidato de la oposición: al fin y al cabo, Sarmiento era provinciano, condición, entre otras, que lo llevarían a enemistarse con el porteño Mitre ya desde su controvertida gobernación sanjuanina.
En definitiva, responder a un proyecto nacional e intereses más grandes que el que podía ofrecer y representar Buenos Aires, como quedaba demostrado por los últimos desastrosos seis años (1862 – 1868) y por toda nuestra historia desde la Revolución de Mayo, era suficiente razón para apoyar al candidato provinciano. ¿Había aprendido Sarmiento la lección emanada de su liberalismo y cosmopolitismo errátil?
"Por más que busco los orígenes de la oposición que nace –le escribía Sarmiento a su amigo tucumano Posse-, no veo más que el porteñismo comprimido que se escapa por la primera rotura que le viene a las manos. ¡Un presidente provinciano –¡otra vez! - es una cosa escandalosa!". Efectivamente, al día siguiente de asumir Sarmiento la presidencia, el mitrismo se encontraba en la oposición conspirando.
Lo que finalmente develó el secreto del poder político del sanjuanino fue el apoyo de Urquiza y de su ejército con 25 mil hombres desde Entre Ríos. Tanto era así, que recién con dicho apoyo Sarmiento podría exclamar: "¡Ahora sí me siento presidente!".
El nuevo Ejército surgido de las entrañas dolorosas de la guerra contra el país hermano de Paraguay tenía mucho que ver sin duda con esa solución y con el enfoque más nacional del nuevo gobernante. Su apoyo surgía del país profundo, castigado in extremis por la política y visión mitrista de los asuntos nacionales y latinoamericanos. La explicación de Arturo Jauretche en "Ejército y Política" nos permite comprender el carácter del ejército que apoyaba a Sarmiento y su candidatura, pues "siempre hubo dos ejércitos" (J. A. Ramos).
"La Guerra del Paraguay -señala Jauretche- fue un drama demasiado profundo, un desgarramiento demasiado intenso (murieron en vano muchos argentinos, entre ellos Dominguito, el hijo muy querido de Sarmiento) y representa el fracaso de la conducción mitrista del ejército de facción, solo hábil para las operaciones policiales de exterminio. En los esteros del Paraguay comenzó a surgir un nuevo ejército y una nueva política… que tiene conciencia de la unidad nacional, de la defensa de la frontera mínima a la que habíamos sido reducidos y de la continuidad histórica del país".
No era poco como plataforma política a representar, pero ese era el caso. En efecto, con el apoyo del Ejército y la participación de las provincias en su elección, la presidencia de Sarmiento representó "una visión más integral del país".
Jorge Abelardo Ramos hace una apretada y acertada síntesis tanto del momento histórico como del personaje: "Sarmiento fue el resultado de una inestable transición entre el interior y Buenos Aires… Ni genio, ni loco, ni padre de la patria, ni sinvergüenza. Liberales y clericales lo han simplificado con la apología o el denuesto. Las tensiones interiores de su personalidad eran tan divergentes como la tierra y la época que las produjeron".
Pues bien, si queremos conocer a Sarmiento en profundidad y con beneficio para nuestros intereses nacionales y provinciales, deberemos descubrir a esos dos Sarmientos tan contradictorios, cuya clave se encuentra en su misma autodefinición: "Porteño en las provincias y provinciano en Buenos Aires".