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Orígenes y evolución de una doctrina política

El federalismo nacional del siglo XIX

Desde Artigas hasta Rosas, pasando por los caudillos del Interior, el federalismo expresó distintas respuestas a un problema común: cómo construir una nación sin subordinación a Buenos Aires.

Con el propósito de profundizar sobre este tema, conviene saber con Alfredo Terzaga, que lo que llamamos Federalismo o se conoce como Partido Federal, "no nació entero de la noche a la mañana ni se mantuvo como algo homogéneo o idéntico a través de nuestras peripecias civiles". En efecto, "circunstancias diversas de tiempo, de lugar y de coyuntura política –factores que condicionan en última instancia su carácter y sentido histórico- fueron determinando que el pabellón federal recubriera muy distintos programas, muy diferentes matices y a veces hasta muy opuestos intereses" entre su nacimiento y nuestros días.

En ese mismo sentido, advierte Roberto A. Ferrero, "solo con posterioridad (a 1820) y pausadamente, fue constituyéndose como un cuerpo de ideas", de tal manera que, "las primeras proclamas de los caudillos y las instrucciones iniciales de los Cabildos de provincia planteaban principalmente la exigencia del gobierno propio, la necesidad de la protección para determinadas industrias artesanales y la cesación de las expediciones punitivas contra los pueblos", que cada tanto organizaba Buenos Aires para imponer su poder y su política librecambista. En cambio, aclara Ferrero, "la problemática de la nacionalización de la Aduana porteña, la coordinación de las autonomías locales con las facultades del poder central, la discusión doctrinaria sobre las ventajas y los males del librecambio en Pedro Ferré, son todos temas que van a apareciendo con posterioridad al año XX (1820)".

De allí que el federalismo no sea uno ni el mismo en el espacio ni en el tiempo. De hecho se pueden apreciar a grandes rasgos tres etapas o períodos políticos del federalismo entre 1810 y 1853: el Federalismo Artiguista o Artiguismo, con sede en la Banda Oriental y el acompañamiento del actual Litoral argentino, con ramificaciones o extensión en casi todo el país de los argentinos, que concluye en 1820 con el exilio definitivo de José Artigas en el Paraguay; el Federalismo del Interior argentino, que sucede al artiguismo en la lucha por un país federal y lo integran todas las provincias argentinas, salvo las provincias patagónicas que recién fueron integradas al mapa y a la vida argentinas por el general Julio Argentino Roca, que hace realidad las banderas del siglo XIX; y por último, y el más tardío, el Federalismo Bonaerense (transformado en "Santa Federación") que -en conflicto con el ala unitaria y más liberal del "partido de Buenos Aires"- aparece con Manuel Dorrego y se consolida con Juan Manuel de Rosas.

En cuanto al propio Federalismo del Interior, heredero del Federalismo Artiguista a partir de 1820, podemos considerar que hubo dos expresiones genuinas en la primera mitad del siglo XIX: una rama mediterránea o federalismo mediterráneo  (con sede en Córdoba en un comienzo, e integrado por las provincias del Norte y Cuyo, que nace con la sublevación de Arequito el 9 de enero de 1820), y una rama litoraleña o federalismo del Litoral (con sede en Santa Fe, e integrado por esta provincia, Entre Ríos, Corrientes y las Misiones, que tiene su bautismo de fuego propio en la batalla de Cepeda y el derrocamiento del Directorio el 1 de febrero de 1820).

En "La saga del artiguismo mediterráneo", Roberto A. Ferrero aclara que lo que el federalismo del Interior deseaba "era la organización nacional, pero en un pie de igualdad con la metrópoli porteña, sin subordinaciones ruinosas para su economía y deprimentes de su calidad de pueblos capaces de autogobernarse". 

La diferencia con los unitarios no consistía en el rechazo a "la unidad constitucional de la nación", sino al dominio de una provincia -la ciudad-provincia de Buenos Aires- sobre las demás. Por eso, como dice Alfredo Terzaga, "casi no hubo caudillo que en algún momento no tratara de contribuir a la organización del país y de pedirla, como requisito indispensable para que sus provincias salieran de la asfixia, el aislamiento y el atraso", condición que, por supuesto, Buenos Aires no sufría, dada su condición natural de ciudad portuaria y provincia ganadera, extensa y poseedora de los suelos más fértiles de la República. 

A propósito de la compatibilidad federal entre autogobierno, unidad nacional y constitución de la Nación, el federal cordobés José Javier Díaz, en su oficio del 10 de octubre de 1815, ya se peguntaba: "¿Es lo mismo unión que dependencia?". Y agregaba: "Es preciso no equivocar las palabras ni el significado de ellas, y entonces se verá claramente que Córdoba, sin embargo, de hallarse independiente (autónoma), se conserva y desea permanecer en la perfecta unión y armonía con el Pueblo y Gobierno de Buenos Aires". 

Pero como sabemos, Buenos Aires no concebía la unidad sin subordinación de las provincias y de sus habitantes. En 1826, con Rivadavia, promovería "la unidad a palos", y desde 1830 a 1852 esquivaría e impediría la organización nacional y la obtención de una Constitución Federal para el país. Esos son los hechos. Lógicamente, traerían consecuencias.  

De la Banda Oriental al Norte y Cuyo

Si seguimos la línea temporal histórica que describe Ferrero en "La saga del artiguismo mediterráneo" (1810 – 1820), aparte del movimiento artiguista principal de la Banda Oriental (José Artigas), de la que participan también hombres del Litoral como Pancho Ramírez de Entre Ríos, Estanislao López de Santa Fe y Andresito Artigas de las Misiones, se manifiestan algunas expresiones artiguistas autonómicas (autonomistas artiguistas o de influencia artiguista) tierra adentro, es decir en el Norte, Córdoba y Cuyo, que acompañan esa primera expresión del federalismo provinciano y nacional: tal es el caso –entre 1810 y 1820-, de José Javier Díaz y Juan Pablo Bulnes en Córdoba; de Juan Francisco Borges en Santiago del Estero; de Domingo Villafañe en La Rioja; de José Moldes en Salta; y de Fray Justo Santa María de Oro -religioso sin mando político ni militar, aunque de gran influencia- en San Juan y Cuyo. 

Así también hay un autonomismo provinciano –no necesariamente artiguista-, antes de la conformación del Federalismo Mediterráneo, cuyos casos más destacados son: el del mismo general San Martín en 1814, reelegido como gobernador en Cuyo por el propio pueblo cuyano, protagonista de la primera revolución autonomista (como la denomina el historiador Ferrero), contra la voluntad y decisión del Directorio (que finalmente, salvo el apoyo personal de Martín Pueyrredón, se desentendería del Ejército de los Andes y de las provincias cuyanas); y el del general Martín Miguel de Güemes en Salta, "al frente de un gobierno autonomista de facto" contra "la sorda resistencia de la oligarquía salto-jujeña" (1815 – 1821) aliada de Buenos Aires. 

Si bien Güemes no se sentirá representado por el federalismo como fuerza y sistema político hasta la sublevación de Arequito, la proclama y convocatoria del Gral. Bustos en 1820 a un Congreso Federal Constituyente para 1821, lo tendrán entre sus principales apoyos y auspiciantes. Igualmente, el Gral. San Martín se contará entre los que apoyan el Congreso, y como Bustos, Paz y Heredia en Arequito, San Martín también se negará a poner el Ejército de los Andes al servicio de Buenos Aires para reprimir la lucha del Interior por sus derechos políticos, económicos, sociales y culturales, que es lo que se conoce como su gran "desobediencia histórica". Buenos Aires no se lo perdonaría. Aparte de conspirar contra él, lo desterraría de por vida. 

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