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Identidad, historia y proyecto común

Latinoamérica, algo más que un nombre

 A lo largo de los siglos, Nuestra América ha buscado un nombre que exprese su diversidad, mestizaje y vocación de unidad. "Latinoamérica" no es solo una etiqueta: es símbolo de un destino compartido aún en disputa.

Desde hace un tiempo, el nombre de Latinoamérica viene siendo puesto en cuestión y son varias las posturas en debate. Han sido muchos los nombres con los que se ha pretendido llamar o bautizar a Nuestra América, tales como Hispanoamérica, Iberoamérica, Indoamérica, Eurindia, Amerindia, además de otros, de existencia bicentenaria: Colombia ("hemisferio de Colón"), como la llamaran Francisco de Miranda y Simón Bolívar, que bautizaron a su vez con el nombre de Gran Colombia la unión de las repúblicas de Colombia, Venezuela y Ecuador, que por entonces incluía a Panamá e incluso en algún momento también a Santo Domingo. Para ambos patriotas grancolombianos, "Colombia" era sinónimo de "América". Ya en el siglo XX, Augusto Sandino se refería a "los pueblos indo-hispanos" y Haya de la Torre proponía el término "Indoamérica". 

En la década del treinta del siglo XX, para el político, líder y pensador peruano Víctor Raúl Haya de la Torre –citado por Alfredo Terzaga en un texto dedicado al tema-, "la expresión "Hispanoamérica" o "Iberoamérica" refleja los resabios de la época colonial. La palabra "Latinoamérica", en cambio, corresponde más precisamente a las concepciones políticas vigentes en la época de las luchas por la independencia". 

Ahora bien, si la expresión "Hispanoamérica" o "Iberoamérica" refleja los resabios de la época colonial, por su parte, "Indo-América" resulta una redundancia, ya que la palabra "América" sintetiza por sí misma la conjunción, confluencia y mestización genética, cultural e histórica de nuestro "pueblo-continente" (Deodoro Roca), e incluye tanto a indígenas como a criollos mestizos y descendientes de ibéricos o europeos, a partir de nuestra conformación nacional inconclusa y en proceso de desarrollo todavía, pues como advertía Simón Bolívar, ya "no somos indios ni europeos", y en realidad constituimos "la quinta raza o raza cósmica, fruto de las anteriores y superación de todo lo pasado", como decía el pensador y educacionista mexicano José Vasconcelos. 

Según Terzaga, el nombre "Indoamérica" propuesto por Haya, no obedecía "ni a meras abstracciones sociológicas ni a una preocupación de filología pura", sino que señalaba en realidad, aparte del nombre, "la tarea de las nuevas generaciones en la arena política, tarea que supone nada menos que la integración total de los muchos millones de indígenas en forma de vida de dignidad social y económica y dentro de una estructura nacional que posea personalidad definida y, por supuesto, independencia efectiva". 

A la luz de esas ideas, y ya ubicados nuevamente en la época que vivimos –todavía desunidos y dominados tanto a nivel político, económico como social-, colegimos, que esa "estructura nacional" de la que hablaba Terzaga, conociendo su pensamiento latinoamericanista, no es otra que la construcción o refundación de la Nación Latinoamericana o los Estados Unidos de América Latina y el Caribe de la que han hablado otros pensadores latinoamericanos, y que "la tarea de las nuevas generaciones en la arena política" atañe tanto a latinoamericanos no indígenas como indígenas, pero nunca separados, aislados o marginados, pues la definitiva "independencia" no podrá hacerse "efectiva" si los latinoamericanos seguimos divididos, desunidos y por lo tanto dominados, sea por la raza, por el lugar de origen y/o por los falsos y sectarios intereses de patrias chicas que nos impiden realizarnos. 

El nombre que nos identifica

América fue bautizada con dicho nombre en 1507. No obstante, la existencia de dos Américas –América del Norte o anglosajona, por un lado, y la Nuestra, por el otro-, antes de que Norteamérica se quedara con el nombre propio general que nos identificaba en los primeros siglos de nuestra existencia, hizo necesario identificarla con un nuevo nombre propio cuyos términos han variado desde entonces hasta no hace mucho. El tiempo que ha llevado rebautizarla nos habla de un proceso que ilustra nuestras luchas a nivel político, ideológico y cultural por una identidad y conciencia de nosotros mismos. 

Así y todo, América Latina o Latinoamérica es el nombre que se ha impuesto colectivamente y que hoy representa e identifica a los 33 miembros y al territorio de la hoy reconocida Comunidad de Estados de Latino América y el Caribe (CELAC), si entendemos con el doctor Roberto A. Ferrero que, si bien las Indias sustraídas por el Imperio Británico, pertenecen desde el punto de vista cultural "al extenuado universo anglosajón, desde Trinidad y las islas de Sotavento y Barlovento hasta Jamaica, pasando por la Guayana", sin embargo, "vistas desde una dimensión geográfica y geopolítica, como países del Caribe, pertenecen indudablemente a la América Latina". A esa determinación general se suman en el caso de la actual República de Trinidad & Tobago aspectos particulares "latinoamericanizantes" "que justifican incluir la historia y las luchas del pueblo trinitense en la temática del Caribe latinoamericano" en la perspectiva antedicha. Ni qué hablar de Puerto Rico.

Nuestra América en general tiene una historia y una lengua mayoritaria común -desde Tierra del Fuego a Puerto Rico-, más allá de sus "cuestionables" orígenes, que llevaron -conquista mediante-, a un proceso de mestización de sus habitantes y a la mixculturización de su cultura y de su lengua. Si bien esas circunstancias no pueden anular nuestra identidad, que ya suma más de quinientos años (ya que nadie elige dónde nace, cómo, de qué padres ni en qué familia), tampoco pueden anular nuestro ADN, herencia genética ni origen y conformación mestiza común a nivel cultural e histórico en toda Nuestra América.

América Latina o Latinoamérica es el nombre que nos universaliza al mismo tiempo que nos identifica plenamente y nos une e iguala desde fines del siglo XIX y principios del XX y que incluye y abarca a todos los países de nuestro continente-nación y a todas sus partes constituyentes: México, el Caribe, Centro y Sur América. 

En suma, el nombre de América Latina o Latinoamérica revela: un lugar o territorio común (Continente latinoamericano); un pasado, un presente y un destino común (historia); un origen genético (mestización indo-afro-ibérica-europea); una lengua principal -lata- común, o mejor dicho dos: el castellano y el portugués, a la par de las cinco lenguas principales originales que actualmente poseen más de dos millones de hablantes cada una, tales como el quechua, el guaraní, el maya, el aimara y el náhuatl; una cultura mestiza, producto de la cultura ibérica y de las culturas originales nativas, conservadas y arraigadas, como lo demuestra la práctica de sus lenguas originales en muchas partes de nuestra América; una herencia religiosa colectiva (el cristianismo católico), que los españoles y portugueses heredaron a su vez del Imperio Romano (Latino) y luego transmitieron a América, generando, junto a las religiones ya existentes, una religiosidad popular también muy arraigada; una psicología, costumbres o "modo de ser de un pueblo", reunido todo ello en una tradición, una cultura y un sentimiento común, que hemos definido como "latinoamericanidad" y/o "latinoamericanismo", y que en conjunto conforman una identidad, una cultura y una civilización heredada por las actuales generaciones de latinoamericanos. 

Lo decíamos en "Crónicas Latinoamericanas" (2020): "La palabra latinoamericanos resume en nuestros días la búsqueda por darle un nombre definitivo a nuestra identidad y nacionalidad nuestro-americana". No caben dudas: más allá del nombre que adopten finalmente los pueblos unidos de Nuestra América, coincidimos con Alfredo Terzaga, en definitiva "su hermandad deberá ser algo más que un nombre".

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