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Espejo de dos mundos

Universidades públicas y privadas en la historia americana

Inspiradas en modelos españoles, las primeras universidades americanas marcaron una división estructural entre lo público y lo privado, lo teológico y lo laico, lo vertical y lo participativo. 

De acuerdo a Carlos Tünnermann, autor de una importante "Historia de la Universidad en América Latina. De la época colonial a la Reforma de Córdoba", las universidades americanas fueron inspiradas por las dos universidades españolas que hemos mencionado como sus modelos y "se reprodujeron con muy pocas modificaciones, dando lugar a dos tipos distintos de esquemas universitarios que prefiguraron, en cierto modo, la actual división de la educación universitaria latinoamericana en universidades "estatales" y "privadas" (fundamentalmente católicas)". 

En las universidades inspiradas en la de Alcalá de Henares o que seguían su modelo, la preocupación central "fue la teología", y su organización respondía "más bien a la de un convento-universidad, siendo el prior del convento a la vez rector del colegio y de la universidad", lo que le daba a la institución "una mayor independencia del poder civil". Curiosa paradoja: si por un lado la Universidad de Alcalá de Henares defendía su "autonomía", prevalecía en ella una mentalidad mucho menos liberal -"la mentalidad de las cruzadas"-, que la que predominaba en Salamanca, evidenciando que la autonomía universitaria no es un valor absoluto que define por ser un perfil determinado.

El modelo de "cruzadas" –el de Santo Domingo, Córdoba y Bogotá, señala Tünnerman- fue el preferido por dominicos, jesuitas y agustinos para sus fundaciones universitarias; en cambio, el arquetipo salamantino fue el escogido para las universidades "reales", "imperiales" o "públicas", como las de Lima y México, y podríamos agregar también, la de Charcas o Chuquisaca, aunque también conducidas por religiosos, depositarios por entonces de la cultura universal. 

En las universidades inspiradas en Salamanca –más liberales-, sin dejar de lado el perfil de las universidades de la época, "el claustro pleno de profesores era la máxima autoridad académica, al cual incumbía la dirección superior de la enseñanza y la potestad para reformar los estatutos…". El Rector –supervisado por un maestrescuela, también llamado canciller o cancelario, generalmente reservado a una autoridad eclesiástica- "estaba asesorado por dos Consejos: el claustro de consiliarios, con funciones electorales y de orientación, y el de diputados, encargados de administrar la hacienda de la institución". 

Lo que le daba, tal vez, el carácter de mayor liberalidad, según el caso, era que "todo el edificio de la transmisión del conocimiento descansaba sobre la cátedra, cuya importancia era tal que con frecuencia se confundía con la misma Facultad", en tanto "en ciertos momentos toda una rama del saber dependió de una sola cátedra". 

Y aunque parezca un mecanismo de selección moderno, y no antiguo y tradicional, menos aún medieval, dichas cátedras se proveían por concurso de oposición y los estudiantes tenían mucho que ver en la elección (de acuerdo a la tradición boloñesa): "Las oposiciones para proveer las cátedras –consigna Tünnermann- constituían un acontecimiento en la vida universitaria. Los estudiantes participaban activamente en los concursos formando bandos en pro y en contra de los candidatos". Justamente, por tratarse de "un asunto capaz de producir enconadas controversias, los estatutos reglamentaban con prolijidad todo lo referente a estos concursos, a fin de precaver fraudes y sobornos, lo que no siempre lograron". 

Cabe preguntarse si no conviene exhumar esos reglamentos y estatutos para evitar en la actualidad cualquier clase de acomodo, reinaugurar con mayor ímpetu las cátedras paralelas (que ya existían entonces) con el fin de compensar alguna forma de "pensamiento único" o "vertical" e incluir el voto externo del pueblo tanto en la selección de candidatos a integrar una cátedra como a la elección de autoridades, entre otras innovaciones, actualizaciones o reformas. 

No es posible que nuestros más grandes intelectuales y pensadores latinoamericanos –en el caso argentino: Manuel Ugarte, Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Jorge Abelardo Ramos, Jorge Eneas Spilimbergo y el mismo Juan Perón-, lo hayan sido por fuera de la Universitas, a pesar de haber tenido todos ellos los méritos intelectuales para ser titulares de una cátedra en cualquiera de las más Altas Casas de Estudios de la Argentina o América Latina. 

En eso también las universidades de nuestro continente han seguido los pasos equívocos de Salamanca, que dejó pasar a Cervantes, Lope y Calderón; que sometió al tribunal de la Inquisición a Fray Luis de León ("el primer teólogo de su tiempo, y lo mejor en él no era el teólogo sino el artista"), porque "se le juzgó demasiado inquieto"; y que expulsó a Miguel de Unamuno y le robó su cátedra".

La Universidad debería volver a ser, como la imaginaba Arciniegas –y como la concebían los protagonistas principales del "grito de Córdoba"-, "el alma de esos estudiantes que al atardecer se confunden con la multitud que da vueltas, discurre y dice disparates en la Plaza Mayor, y en  el diálogo de dos miradas que se cruzan aprenden más las niñas y los mozos que en las lecciones de latín", sea éste el lenguaje de los dogmatismos en danza o el enunciado de los paradigmas globales que nos quieren imponer, y no la expresión genuina de nuestro propio pueblo y de nuestra idiosincrasia e identidad continental.

De Salamanca a Nuestra América

Tal vez sea necesario repasar la historia y la vida de Salamanca –donde se graduó el Dr. Manuel Belgrano-, para descubrir en algo tan "universal" como ella, y de sus herederas en América, el secreto o la clave de su universalidad, que, en nuestro caso, definitivamente se identifica más con el pensamiento revolucionario de la Independencia y la esperanza de lograrla sin desunir ni separar sus partes, que con el actual paradigma de la globalización. 

Es interesante la idea de Germán Arciniegas en cuanto a que los estudiantes, licenciados, frailes y físicos: "toda una avanzada desprendida de las Universidades" que viajó a América en las naves bajo el comando de los capitalistas, "buscaba en el mundo por explorar, horizontes más vastos que los de Salamanca". En definitiva, los capitalistas –como hoy los mercaderes de la educación- "carecían del impulso desinteresado de los exploradores curiosos", y "no procedían sino en función de extorsionadores…". 

Había sin duda dos Españas. Es importante discernir, porque la historia presente es una continuación de la pasada –y eso implica no negarla ni desconocerla-, porque "la historia de toda la conquista acentúa más y más esta diferencia de criterios entre los exploradores… y el capitalista": "son dos impulsos distintos que se extienden hasta las últimas derivaciones de la grande aventura". No por casualidad, Saúl Taborda hablaba de "dos morales".

Seguramente, "el pensamiento único de enriquecer a un capitán, no hubiera sostenido los ejércitos en la marcha de los Andes, ni levantado el ánimo a través de los pantanos, de donde surgían, como en los círculos de la comedia infernal, insectos, reptiles, hambre, fiebre y locura. Una ilusión más que un negocio llevaba de la mano a las tropas y mantenía la disciplina después de las victorias", como hoy nos guía la ilusión de la reunión de la Patria Grande y la creación de la Universidad Latinoamericana.

Hay una verdad que nos revela el secreto de la "universalidad" salamanquina y de cualquier otra "universalidad": "En Salamanca las opiniones estaban divididas", lo que (no por divididas) ya resulta una ventaja respecto a cualquier universidad donde reine el "pensamiento único" o la indiferencia y la abulia intelectual. 

En efecto, uno de los bandos de opinantes estaba en franca minoría (lo que tampoco era en principio una desventaja) frente al bando de autoridades, docentes y "estudiantes cautelosos y acomodados, que miden y calculan sus pasos para acercarse a los príncipes", elementos perniciosos con los que también se "nutre" y se intoxica a la vez la democracia formal en las universidades y en cualquier otro ámbito. Es así -advierte Arciniegas- "cómo el mundo de los letrados ofrece larga cola de aduladores y mendigos, serviles y logreros" que, no sería de extrañar, siguen haciendo cola en los pasillos de nuestras universidades. Esa resultó una de las razones por la que esa "minoría de los inconformes, vio entonces una liberación en la aventura de América", a la vez que descubría las dos caras opuestas de una misma moneda. 

Si para muchos aquel "descubrimiento" solucionaba los problemas de España y de Europa, para los "inquietos", en minoría, "las Indias eran lo incierto", como puede resultar para pocos el descubrimiento presente de nuestra propia América. Del mismo modo, para los "inalterables" y "despreocupados", "la fortuna y provecho estaba en España" o Europa, y América era solo una mercancía o una aventura de paso. Al parecer, para algunos, la fortuna y el provecho vuelven a estar en el extranjero, en el contexto de un orden mundial disparatado e injusto. 

Advirtamos, no obstante, que ese orden moral y humanamente corrompido está en crisis y en declive, por lo que tomar nuevamente las naves para retroceder y volver a ese lejano "punto de partida" no los llevará a descubrir nada novedoso, original y con futuro, ni los ayudará en definitiva a realizarse individualmente en un mundo totalmente ajeno al nuestro, pues nadie puede realizarse cabalmente en un país que no es el suyo, ni el país podrá realizarse en su conjunto si no pueden realizarse en él sus propios habitantes. 

Las limitaciones de Salamanca, que dan crédito al conocido refrán, volverían a repetirse en la "Universidad Napoleónica" que sucedió a las universidades hispánicas, sin aparecer todavía la verdadera Universidad Latinoamericana. 

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