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El mestizaje como raíz de nuestra identidad

Fundación e identidad

Un análisis profundo sobre la historia y la lucha por definir la identidad de América Latina, que va más allá de los límites políticos y raciales, y que se construye en la fusión de culturas a lo largo de los siglos.

Debemos admitir que los latinoamericanos, y sobre todo los argentinos más que ninguno, tenemos un viejo y serio problema de identidad, que por supuesto nos incumbe y es necesario resolver sólo con la verdad y nada más que la verdad histórica, pero que no deja de ser un problema serio. 


Como venimos viendo, nuestra identidad, no solo como pueblo sino también como Nación, hunde sus raíces mucho más atrás de 1810, mucho más atrás de la creación del virreinato del Río de la Plata en 1776 y llega al siglo XVI, cuando la fusión -dentro del proceso de conquista- dio origen a nuestra estirpe indo-ibero-americana. 


Como bien dice el Prof. Pedro Godoy Perín, gran estudioso de nuestra identidad latinoamericana, que ha profundizado como pocos el tema de nuestra identidad común, "nuestras raíces no están en el siglo XIX… sino en el siglo XVI", pues "antes de 1810 ya existíamos como entidad socio-cultural". Tampoco debemos buscar nuestras raíces e identidad histórica en la inmigración de fines de siglo XIX o principios del XX. Cabe estudiar y profundizar todavía lo que significó para nuestra identidad nacional y la cultura argentina la desaparición de la Argentina criolla, la gran ola inmigratoria europea que sobrevino y la aparición del fenómeno imperialista al mismo tiempo.


No obstante ello, el "mestizaje" o "mestización" de la que hablamos constituye desde hace 500 años "la mayoría étnica" que es el pueblo latinoamericano, y no las patrias chicas aisladas e indiferentes unas de otras, ni tampoco las múltiples y diferentes etnias precolombinas, que aparte de disputarse el dominio de sus territorios en algunos casos, y demasiado distantes en el espacio en otros casos, tampoco las unía la sangre, la lengua, la cultura ni la religión, es decir ninguno de aquellos aspectos fundamentales que constituyen el fundamento básico de una Nación…


La identidad iberoamericana 
A nivel latinoamericano en general hablamos de íbero, porque en ese término se integran las otras dos grandes vertientes de nuestra identidad que son mayoritariamente la portuguesa (por Brasil)y la española (el resto de Nuestra América), además de la identidad originaria anterior a 1492, a través de las múltiples expresiones de cada región. Por eso afirmamos con Jorge Abelardo Ramos, que, finalmente, "fuimos veinte países porque fracasamos en ser una misma y grande Nación", como lo fueron los Estados Unidos de Norteamérica. 


A propósito, se preguntaba Manuel Ugarte a comienzos del siglo XX: "Si la América del Norte, después del empuje de 1776, hubiera sancionado la dispersión de sus fragmentos para formar repúblicas independientes... ¿comprobaríamos el proceso inverosímil que es la distintiva de los yanquis?". No hay duda, se respondía, que "lo que lo ha facilitado es la unión de las trece jurisdicciones coloniales, que estaban lejos de presentar la homogeneidad que advertimos entre las que se separaron de España. Este es el punto de arranque de la superioridad anglosajona en el Nuevo Mundo" y la clave para comprender nuestra debilidad, falta de identidad, impotencia y atraso. 


La identidad –que es también memoria basada en la verdad- se fortalece con el tiempo. Cuanto más tiempo tiene, es más fuerte, no solo en términos cuantitativos sino cualitativos, y adquiere características que son fruto de su propio desarrollo autónomo. Sin identidad no somos nada o somos débiles. Asimismo, si "se subvalora o desconoce el mestizaje, se desprecia las fuentes matrices de nuestra macro nacionalidad", que no es la de cada país o Estado resultado de la mezquindad y la falta de visión nacional americana de cada oligarquía comarcana.
En realidad, producto de nuestra falta de identidad cultural y prejuicios "universalistas" repetimos como loros que existen tres razas: la blanca, la amarilla y la negra. O de acuerdo a otra teoría también "universal", pero que no tiene en cuenta la originalidad de nuestro territorio y de nuestros habitantes, se dice que existen cuatro tipos raciales: el negro, el indio, el mongol y el blanco. Nos olvidamos -y eso sí, no es solo un grave problema de identidad sino sobre todo de ignorancia- que nosotros no somos blancos ni negros ni indios ni mongoles, sino producto de la fusión y mestizaje de los pueblos originarios con el español y/o el portugués: una nueva raza, la raza indo-ibero-americana, "la quinta raza o raza cósmica" como la definía el mexicano José Vasconcelos en 1926.  


Suscribimos la teoría de Vasconcelos de que "el blanco, con su dominación sobre los demás, ha puesto al mundo en situación de que todos los tipos y todas las culturas puedan fundirse" … "En la Historia no hay retornos", dice Vasconcelos, "porque toda ella es transformación y novedad. Ninguna raza vuelve; cada una plantea su misión, la cumple y se va. Esta verdad rige lo mismo en los tiempos bíblicos que en los nuestros; todos los historiadores antiguos la han formulado. Los días de los blancos puros, los vencedores de hoy, están tan contados como lo estuvieron los de sus antecesores. Al cumplir su destino de mecanizar el mundo, ellos mismos han puesto, sin saberlo, las bases de un período nuevo, el período de la fusión y la mezcla de todos los pueblos".


Eso fue lo que pasó a partir de 1492. Por eso no tenemos otra puerta de salida del problema que hacia adelante -y no añorando un pasado imposible de repetir-, es decir con la asunción de nuestra identidad y de nuestra misión como nueva raza, como nueva civilización, original y distinta de una y otra raza de nuestros padres: verdadero "fruto de las anteriores y superación de todo lo pasado". 


Una salida hacia adelante 
A partir de ahí, nuestra historia cobra un nuevo sentido y no se circunscribe al pasado remoto, con exclusión de todo lo demás, como pretenden algunos; ni nada más que al reciente pasado de nuestros últimos doscientos años, como pretenden los conservadores de nuestras patrias chicas dividas, aisladas, desunidas, y por lo mismo impotentes e inviables; ni por supuesto la de esos otros, que con el argumento del "universalismo" o de que venimos de los barcos, se desentienden del problema. En todo caso, la historia pertenece a los que después de que sus padres "quemaran las naves" y se arraigaran en nuestro suelo junto a los que ya habitaban en América (desconocida hasta entonces como tal), nacieron hijos de este Nuevo Mundo.  


Raigalmente somos el producto de la fusión de dos civilizaciones y por lo tanto un tercer término de la ecuación, distinto y nuevo a la vez, o sea único en su tipo. Esa es nuestra verdad. Esa es nuestra verdadera identidad. Esos son los fundamentos de nuestra identidad y de nuestra nacionalidad indo-íbero-americana. Por eso dice el profesor Pedro Godoy que "somos un nuevo pueblo… Se trata de los terceros en discordia –que surgen del ensamble- y hoy son multitud", que conforma la inmensa mayoría del pueblo latinoamericano. 


Es también importante para dilucidar nuestra identidad -teniendo siempre como base la verdad histórica-, lo que han afirmado varios historiadores, entre ellos el historiador sanjuanino Horacio Videla, que puede servirle a los nacidos en otras provincias argentinas: los cuyanos, no nacimos argentinos, puesto que nuestra primera dependencia como territorio a partir de la fundación de San Juan fue la Capitanía de Chile, dependiente a su vez del Virreinato del Perú. Tampoco nacimos solo huarpes, porque fue precisamente desde la misma fundación de San Juan que se produjo inmediatamente un fuerte y continuo mestizaje, como ya lo hemos planteado en "San Juan, su historia. Desde los orígenes a la Segunda Reconstrucción" (inédito). 


En el siglo XIX, Juan Bautista Alberdi hablaba de dos países: uno, el de Buenos Aires, por un lado, y el de las Provincias, por el otro; sin contar el Sur pampeano y patagónico que era un problema irresuelto por entonces. A ese problema de dualidad "nacional" en el siglo XIX (porque ya se había desvanecido o disuelto nuestra identidad nacional original americana), se sumaba otro: a partir de la creación del Virreinato del Río de la Plata, en lo que respecta a los cuyanos, por una decisión administrativa, dejamos de pertenecer a la Capitanía de Chile y pasamos a formar parte de otra entidad jurisdiccional. Y como si eso fuera poco, desde entonces fuimos parte de una jurisdicción virreinal cuyo inmenso territorio incluía no solo lo que hoy es Argentina sino lo que hoy es Paraguay, Bolivia y Uruguay. 


No éramos huarpes, no éramos españoles, no éramos chilenos, no éramos argentinos, no éramos paraguayos, no éramos bolivianos y no éramos uruguayos. Entonces ¿qué éramos? Al final, fuimos argentinos en la medida en que no pudimos ser, junto a Chile y otros países del sur americano, integralmente latinoamericanos.  


Hay primero una prehistoria amerindia, luego una protohistoria ibero-americana, y finalmente hasta ahora una historia "independiente" unos de otros. Sin tales datos es imposible comprender y asumir nuestro profundo problema de identidad y personalidad nacional. Y sin ese conocimiento histórico es imposible comprender lo que no se conoce ni reconstruir lo que no se sabe que hay que reconstruir, ni saber lo que está inconcluso: tal es otro de nuestros grandes problemas nacionales. 


La mala noticia es que "sin identidad, nos convertiremos en cenizas de los tiempos", como dice Godoy Perín. La buena noticia es que tanto nuestra prehistoria amerindia como nuestra protohistoria ibero-americana y nuestra historia de los últimos doscientos años también, todas juntas, indefectiblemente forman parte de nuestro pasado, de nuestra historia, de nuestra identidad y de nuestra cultura (como lo veremos al abordar "Los orígenes de la cultura nuestro americana"). 


En esa gran historia, en su conjunto y continuidad -como la tienen y la han tenido todas las grandes naciones del mundo- y en su conocimiento cabal -conciencia histórica-, está la clave para asumir nuestra identidad y reencausar nuestro destino. 
En cambio, "si se exaltan los conflictos y las diferencias, se acentúa el aislamiento". Por el contrario, si se exaltan las similitudes y los aspectos comunes, se acentúa la integración y la unidad, y con ella la seguridad de un destino digno y alcanzable para todos, como la iniciara el MERCOSUR y lo ratificara la UNASUR en su momento. 


Ciertamente, como bien decía Vasconcelos, "subsiste la huella de la sangre vertida (en luchas intestinas entre etnias, provincias y/o entre países): huella maldita que no borran los siglos, pero que el peligro común debe anular", como coincidía en señalar el Gral. Perón en su discurso presidencial de 1953 frente a los oficiales del Ejército Argentino antes de encarar la integración de la Argentina, Brasil y Chile o ABC, luego frustrada por el golpe de 1955. 


Nuestra misión como nueva raza y como nueva civilización, superior a las que nos precedieron y nos dieron vida, y superior y superadora de la civilización anglosajona que actualmente nos domina, todavía está pendiente. 
Hay que reivindicar esa expresión de la conciencia nacional indo-ibero-americana y mestiza que se ha perdido, pero que estaba viva en nuestros Libertadores: desde Miranda y Bolívar a San Martín y O‘Higgins; desde los curas Hidalgo y Morelos en México al Mariscal Santa Cruz en Bolivia; desde Artigas en Uruguay a Egaña en Chile y Monteagudo en el Río de la Plata; desde Martí en Cuba a Francisco de Morazán en Centroamérica; desde José Inacio Abreu e Lima en Brasil, Justo Rufino Barrios en Guatemala, Eloy Alfaro en Ecuador, Vicente Sáenz en Costa Rica a Pedro Albizu Campos en Puerto Rico.  


He allí nuestra prehistoria, nuestra protohistoria y nuestra historia única y completa; nuestro mestizaje indo-hispánico; nuestra raza indo-ibero-afro-americana, basada en la originalidad del mestizaje y en el acervo común de treinta y tres repúblicas que juntas constituyen una misma Nación -como sostenían nuestros Libertadores-, con sangre aborigen, española, portuguesa, francesa y africana (e incluso inglesa), y con la presunción de que, en tiempos remotos, los distintos pueblos originarios podrían haber llegado a América desde Asia.


Es esa originalidad y universalidad la que la palabra latinoamericanos resume en nuestros días, en el propósito de darle un nombre definitivo a nuestra identidad y macro nacionalidad, en marcha hacia la constitución definitiva de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (hoy reunidos en la CELAC) o Estados Unidos de América Latina y el Caribe como lo postula el pensamiento nacional latinoamericano.

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