Hijos de dos mundos, nativos de un Mundo Nuevo
América Latina, forjada por el encuentro de dos culturas opuestas, nació como una nueva síntesis de la historia humana. En este texto, se analiza cómo esa fusión continúa definiendo nuestra identidad hasta hoy.

En un mundo por primera vez totalmente conocido nacía, según la propia definición de Simón Bolívar, "un país tan inmenso, variado y desconocido (por propios y extraños) como el Nuevo Mundo", y ese mundo era el nuestro, éramos nosotros, los indo-ibero-afro-americanos, a quienes hoy se nos reconoce como latinoamericanosdesde el Caribe y México hasta Magallanes y Tierra del fuego.
Lo cierto es que, a pesar de nuestra gestación y nacimiento traumáticos, como consecuencia de la herencia de nuestro padre español y de nuestra madre nativa –genes, territorio, ambiente, lengua, cultura, arte, creencias, costumbres- y a la convivencia común con nuestros hermanos indo-ibero-americanos, Nuestra América se conformó finalmente, aún bajo la sujeción a España, como un todo a nivel político, administrativo y cultural, características básicas de toda Nación.
Esa condición de unidad y totalidad -es bueno advertir y repetir-, no la reunía España por sí sola con sus radicales particularismos regionales, ni el conjunto de los numerosos pueblos y etnias que habitaban nuestro territorio en sus distantes dominios unos de otros y con sus radicales diferencias lingüísticas, religiosas y culturales que los hacían muy diferentes. No había nada en común entre aztecas, incas, guaraníes, calchaquíes y araucanos. En cambio, desde nuestro mismo origen indo-hispano-americano los hoy latinoamericanos nacimos como una verdadera nación.
A través de la novela histórica "Malinche" de Laura Esquivel, hemos logrado comprender que los hijos de Nuestra América somos el fruto de algo más que la voluntad de nuestros progenitores… y que, en definitiva, desde aquel mismo momento ya no pertenecemos al mundo de nuestra madre aborigen ni de nuestro padre español… sino a ese Mundo Nuevo que nació con nuestra estirpe, y que al nacer traía en su sangre –como una nueva síntesis- la integración y superación de esos otros dos grandes mundos que nos dieron vida.

Del gigantesco encuentro y recíproco descubrimiento de esos dos mundos, después de una violenta conquista (como habían sido todas las conquistas anteriores), pero también de una imparable y trascendente fusión (como no ocurriría en el mundo anglosajón, que exterminó a los indios y donde no se produciría ni mestización ni "nueva raza" sino la reproducción hasta hoy de la misma "raza blanca conquistadora"), en Nuestra América surgiría como un producto original y superador de esa historia el Nuevo Mundo: ni maya ni azteca ni inca ni español ni portugués ni africano sino sencillamente americano, a través de la mestización de las razas que le dieron origen.
Seguramente, aun sin el concurso de España ni de otro imperio occidental u oriental, la unidad de lo que después sería América se habría alcanzado tarde o temprano, pero la historia posee sus propias leyes, maneja sus propios tiempos, es lo que es, y "es todo lo contrario de la Ucronía" ("aquello que pudo suceder pero no sucedió"): como antes había puesto a Aztecas frente a Tepanecas, Totonacas y Tlaxcaltecas, y a Incas frente a Chancas y otras etnias, enfrentando incluso a los hermanos Huáscar y Atahualpa, en este momento histórico puso a España frente Aztecas e Incas y definió en forma irreversible nuestra identidad indo-ibero-americana, es decir, definitivamente latinoamericana.
Ciertamente, Nuestra América –el Continente indo hispano, como le llamaba Augusto César Sandino- fue el resultado en general del inevitable encuentro, del violento choque –aunque no fue un genocidio ni un exterminio, como se plantea desde la "leyenda negra"-, y finalmente de la trascendente y mayoritaria fusión entre las civilizaciones prehispánicas y la civilización ibérica, cuyos frutos de carne, hueso y espíritu fuimos y somos los latinoamericanos.
En efecto, después del descubrimiento europeo, y en medio de la conquista española, comenzó un proceso de mestización genética y cultural no inédito, si tenemos en cuenta de que en la era precolombina había tenido lugar en nuestro territorio semejante fenómeno de interacción y mezcla, producto de anteriores y sucesivos descubrimientos y conquistas: encuentros, choques y fusiones.

Sin desconocer o subestimar la violencia de toda conquista, no queremos caer en el lugar común de señalar que la mestización indo-ibérica que nos dio origen como nuevo pueblo fue resultado sin más de la violencia física (rapto, violencia sexual, violación, etc.). Dicha fusión fue posible –así lo entendemos- por la convivencia obligada y a la vez cotidiana entre pueblo conquistador y pueblo conquistado o en proceso de conquista, sin dejar de reconocer a la vez que, en muchos casos, "las uniones de españoles con indias fueron amancebamientos más o menos perdurables", nada comparable con la conquista europea y particularmente anglosajona (esclavitud y exterminio real de por medio) en otros continentes y particularmente en el Norte de América, donde la mestización y fusión de razas nunca fue una opción.
En cuanto al protagonismo de cada cual, en nuestra concepción, gestación y nacimiento, no nos quedan dudas de cuál es en realidad nuestra "Madre Patria": América, en cuyo seno territorial nacimos y en cuyo regazo geo cultural nos amamantamos, sin desconocer tampoco que ello ocurrió en situación de pueblo conquistado o en trance de conquista. Por eso somos irreversiblemente hijos de padre conquistador y madre conquistada, es decir de españoles y pueblos nativos. En esas circunstancias históricas, por efecto de conflictos y también de "transacciones" o "arreglos" entre los jefes de una y otra parte en pugna nacieron los primogénitos de nuestra nueva raza.
Los hijos de la nueva raza
Entre los primeros hijos conocidos de nuestra raza –raza cósmica, superadora e integradora de todas las demás, como lo entendía Vasconcelos-, debemos contar a Martín, hijo del propio conquistador de México y de Malinche de Paynala, que fuera entregada como "regalo" a Hernán Cortés por los maya-chontal de Tabasco, que la mantenían esclavizada; a María, hija de la misma Malinche y el hidalgo Juan Jaramillo, casados legalmente a pedido del propio Cortés, como una forma de otorgarle la libertad que la madre de su primer hijo le reclamaba; a Leonor Cortés Moctezuma, hija de Cortés y de Isabel Moctezuma, hija favorita del tlatoani Moctezuma Xocoyotzin.

En lo que atañe a los conquistadores del Cuzco, Francisco Pizarro, que nunca se casó, tuvo amores con una hija de Huayna Capac (Quispe Cusi) y obtuvo de ella varios hijos mestizos. Cieza de León refiere la existencia de otra hija del conquistador, Francisca, que tuvo con Inés Huaylas, hermana de Atahualpa.
Por su parte, Diego de Almagro –el jefe de la conquista del Cuzco- tuvo un hijo del mismo nombre con una india panameña, al que se conoció como "El Mozo". Su tutor, el almagrista Juan de Rada, encabezaría el asalto al palacio de Gobierno que dio muerte a Francisco Pizarro en 1541. Muerto Pizarro, los almagristas nombrarían a Diego de Almagro, "el Mozo", como gobernador de Perú, quien se levantaría -¿destino americano?- contra la autoridad del rey que había enviado por su reemplazo.
Otro caso conocido es el de los hijos mestizos de Domingo Martínez de Irala (fruto de las relaciones carnales con sus criadas), que fueron reconocidos como tales en su testamento: "Diego Martínez de Yrala y Antonio de Yrala y doña Ginebra Martínez de Yrala mis hijos y de María, mi criada, hija de Pedro de Mendoza, indio principal que fue desta tierra; y doña Marina de Yrala (casada con Francisco de Vergara), hija de Juana mi criada; y doña Isabel de Yrala (casada con el capitán Gonzalo de Mendoza), hija de Águeda mi criada; y doña Úrsula de Yrala (casada con Alonso Riquel de Guzmán), hija de Leonor mi criada; y Martín Pérez de Yrala, hijo de Escolástica mi criada, e Ana de Yrala, hija de Marina mi criada; y María, hija de Beatriz, criada de Diego de Villalpando, y por ser como yo los tengo y declaro por mis hijos e hijas… a los cuales he dado sus dotes conforme a lo que he podido".
Ya hemos referido en otro texto el primer caso de mestización después de la fundación de San Juan de la Frontera (tercera ciudad fundada por los españoles en lo que ahora es la Argentina), fruto de la unión del capitán Mallea y la princesa huarpe Teresa Ascensio, como sucedía y sucedería en muchas de las ciudades iberoamericanas una vez fundadas o en el curso de su fundación y conquista.

A propósito, escribe el Dr. Mario Di Rienzo, médico afincado en Fiambalá (Catamarca, Argentina): "En Fiambalá son comunes los apellidos hispánicos: Carrizo, Quiroga, Herrera, Oviedo, Barrionuevo, Navarro, Castro, etc. También se escuchan otros de origen precolombino como Mamani, Chanampa, Baquinsay, Aballay, Camisay… Naturalmente, encontrar un indio puro sería tan raro como encontrar un castellano puro, todos los latinoamericanos somos mestizos en mayor o menor medida. El fenómeno americano de la cruza étnica ya lo planteaba el Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616), mestizo él mismo, hijo de un conquistador español y de una princesa inca, historiador peruano preferido del también mestizo San Martín, quien leyó los "Comentarios Reales de los Incas", que hablaban de la historia y la cultura incaica y de otros pueblos del antiguo Perú".
Cabe concluir que las relaciones estables o temporales de blancos con mujeres indígenas se mantuvieron como norma aceptada incluso cuando, a fines del siglo XVI, se equilibró el porcentaje de mujeres de origen europeo dentro del grupo minoritario dominante. Así también, aparte de muchos casos de casamientos legales entre españoles y nativas, otro fenómeno que ayudó a la mestización fue la poligamia de los españoles, costumbre que existía en las civilizaciones precolombinas y que practicaban sobre todo las altas jerarquías y sectores pudientes.
La mestización creciente impidió el crecimiento de la población indígena pura, a la que se sumaron otros factores trágicos en la disminución del pueblo aborigen, entre ellas las pestes o epidemias traídas por los propios españoles al territorio americano, que diezmaron poblaciones; las enfermedades comunes o propias del empobrecimiento, explotación y marginación de las comunidades indígenas; y las guerras y combates a las que se verían impelidos los pueblos aborígenes dada su condición de conquistados. En muchos casos esos combates los librarían junto a los criollos y mestizos contra los españoles; a veces solos; en otros casos a favor de los españoles contra los criollos o enemigos internos; y finalmente en las guerras de la Independencia americana contra España.
No es de extrañar que, hacia el final de la época hispánica, el número de mestizos y criollos hubiera alcanzado gran aumento siendo ya mayoritario, quedando la población indígena en franca minoría en la mayor parte de América, salvo en Bolivia y Guatemala, constituyendo a la fecha 700 millones de latinoamericanos.