El mundo incaico
El Imperio Inca, forjado por la fusión de etnias y culturas a lo largo de siglos, consolidó su poder y territorio a través de invasiones, unificación y la construcción de impresionantes obras como el Qhapaq Ñan.

Tanto la prehistoria como la historia antigua, e incluso el comienzo de la edad moderna, como también lo demuestra nuestra propia historia latinoamericana, están signadas por un proceso de encuentros, choques y fusiones genéticas y culturales entre los pueblos, producto de las continuas migraciones en busca de mejores condiciones para su existencia.
Podemos verificar ese proceso en la historia de las dos principales civilizaciones prehispánicas: la del Imperio Azteca y la del Imperio Inca, realidad esta última a la que nos abocaremos por ser pertinente a nuestra propia existencia regional, en tanto el imperio Inca se convertiría después de su conquista en el Virreinato del Perú, unidad territorial y jurídica conformada por lo que hoy son siete naciones distintas (Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Paraguay, Uruguay y la Argentina), de la que derivaría más acotada el Virreinato del Río de la Plata (Bolivia, Paraguay, la Argentina y Uruguay).
En la época preincaica (época de encuentro de distintas etnias, pueblos y culturas), los cronistas pintan "un estado político social en el que solo había jefes temporarios llamados sinchis", entre los que "estaba inmanente la tendencia a la concreción y unificación (fusión) de grupos en pequeños Estados". No obstante, señala Salvador Canals Frau, al tiempo de la llegada de los primeros migrantes al Valle del Cuzco, "hallaron la comarca ocupada por una población anterior a la que poco a poco fueron sujetando", pasando progresivamente de una situación de encuentro a la de choque y conquista.
Encuentro, choque y fusión en el Tahuantinsuyo
En cuanto a la fusión genética e incluso cultural, el etnólogo destaca la estirpe Colla de los Incas y su procedencia lingüística aimara. De allí que a Canals Frau le parezca casi seguro que "el origen de la dinastía incaica se encuentre efectivamente en una invasión de un grupo de collas que, desde aquende el Vilcanota, migraran hacia el norte y se establecieran sobre la antigua población del Valle del Cuzco a manera de aristocracia conquistadora".

La tradición oficializada admite una sucesión de ocho monarcas a partir del siglo XIII hasta llegar al reinado de Pachacuti, noveno Inca, con quien comienza la época imperial del Estado Incaico recién en 1438.
Dicha época estuvo precedida de invasiones, conquistas, fundación de ciudades, alzamientos y casamiento con las hijas de los jefes vencidos, como así también de expediciones de conquistas fuera del Cuzco y de grandes construcciones, en particular la de los canales de irrigación necesarios para el cultivo de la tierra y de importantes caminos que comunicaban al Imperio, como el muy famoso Camino del Inca.
No obstante, es importante referir que hasta el octavo soberano inca no se pensaba en organizar conquistas como dominio permanente. Por caso, "se entraba a saco a los pueblos conquistados, a veces se les imponía un tributo; pero no se dejaba en ellos guarniciones militares para asegurar la conquista. De ahí que las peleas entre los pueblos sometidos, y las rebeliones cuando creían favorable el momento, estuviesen a la orden del día".
A partir del octavo monarca inca, de nombre Viracocha -que usaba el nombre del propio dios de los Incas-, comenzó la conquista de las otras zonas, primero las más cercanas, luego las más alejadas, asegurándose "el dominio efectivo y permanente de los pueblos conquistados".
De esta manera, los Incas se erigieron en una potencia militar, entrando en rivalidad con "otras que había en la región central y meridional de la Sierra peruana", como era el caso de la Confederación Chanca, que ya al comienzo del siglo XV (siglo de la llegada de los españoles) había batido a los quechuas, expulsándolos de la región de Andahuaillas. Ese hecho le dio la supremacía entre las naciones quechuas a los Incas. Una de sus grandes obras fue el Qhapaq Ñan.
El Qhapaq Ñan o Camino del Inca
El Qhapaq Ñan o Camino del Inca puede considerarse la primera gran obra pública continental de envergadura que fuera construida con una visión política y/o geopolítica estratégica por un Estado: el Estado Imperial incaico. En efecto, el Camino del Inca unió todo el gran imperio de los Incas o Tahuantinsuyo y semejante vía fue "hecha completamente a mano, sin saber de la existencia de la rueda o el hierro" (pero a cargo del Estado incaico), y que convirtió a "una pequeña casta familiar, en el imperio más grande del hemisferio occidental".
Esa impresionante red de caminos que articulaba los actuales territorios de Colombia, Ecuador, Brasil, Perú, Bolivia, Chile y la Argentina (Norte y Cuyo), habría tenido una longitud inicial de 60.000 km, de los que, 39.000 kilómetros sobreviven al día de hoy. Se extendía por la costa y montañas y en algunos casos se ubicaba al borde de la selva tropical. Algunos de sus tramos eran de seis a ocho metros de ancho en la costa, pero en las montañas eran sólo de un metro, por lo que el trayecto se hacía audazmente empinado y llegaba hasta la cima de las montañas andinas. Aunque los camélidos son mejores trepadores que el caballo y son buenos subiendo escalinatas. Por eso, los Incas podían evitar el largo ’zig-zag’: técnica que usaban los europeos en sus fangosas e intransitables carreteras (plagadas de bandidos e inseguridades) para poder subir una cuesta montañosa. Los Incas simplemente usaban los escalones empinados para ganarle a la altura. Así reducían el camino a un cuarto de la longitud europea.
El explorador Víctor Von Hagen asevera: "Un mensaje enviado con el corredor oficial (Chasqui) de Quito a Cusco podría cubrir una ruta de 1.230 millas (km) en cinco días. De Cusco, el mismo mensaje podría enviarse al punto más lejano del Lago Titicaca en tres días…. Y en su palacio en Cusco, el Inca podía cenar pescado fresco traído desde la Costa, a una distancia de 200 millas encima de los Andes más altos, sólo en dos días".
En lo que es hoy territorio del Norte y del Oeste argentinos, el Camino del Inca atraviesa siete provincias (Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, San Juan y Mendoza), "con salida a Chile por el Paso del Juncal, al término del Valle de Uspallata, frente a Santiago", comunicando ambos lados de la Cordillera de los Andes, columna vertebral de Nuestra América.

Algunos relatos en crónicas de los primeros siglos de la colonización española –refiere el historiador Horacio Videla- permiten ubicar dos parajes en un camino o círculo en retaguardia de la ruta del Inca: el Famatina en La Rioja, Gualilán en San Juan". Esa circunstancia parece confirmar, en coincidencia con los derroteros mineros, la sospecha de Rolando H. Braun Wilke, de que la búsqueda de yacimientos mineros fue una de las causas de invasión de aquellos poderosos conquistadores.
Entre otras utilidades que este camino tenía para el Estado incaico, se puede mencionar las siguientes: movilizar rápidamente su ejército; distribuir a lo largo de su recorrido "casas de descanso" o tambos utilizados por los viajantes en un caso, y por los "mensajeros incas" o chasquis en otro, además de proveer de "abundante suministro de telas utilizadas para proteger las delicadas patas de las llamas" o vicuñas en los caminos de piedra; servir de vía de circulación a ese único medio de transporte por aquellas épocas: las llamas y vicuñas, animales adaptados a los estrechos caminos montañosos y a las pendientes, que permitían el transporte de mercancías y cargas a través de largas y dificultosas distancias y de elevadas alturas (alrededor de 3.900 metros en algunos casos). Otra función que cumplían los caminos incas era servir de medio de movilización de grandes masas de personas por sus territorios o territorios conquistados, cumpliendo así sus políticas de repoblación, dominio efectivo o mitimaes (grupos de habitantes separados de sus comunidades y trasladados a otros territorios conquistados, para cumplir funciones principalmente económicas o sociales -como la mita y el yanaconazgo-, políticas o militares). Así también, el Camino Inca era una "ruta de peregrinación a Machu Picchu" utilizada por los emperadores quichuas en el siglo XV.
Es posible también, como señalan algunos autores contemporáneos, que los caminos incas facilitaran luego el proceso de invasión española, pudiendo así llegar a todos los rincones del imperio con iguales, parecidos o disímiles propósitos que los incas.
Nace un imperio
Las "guerras chancas", después de que el hijo de Viracocha aniquilara a los Chancas, tuvieron el mérito de elevar al poder al príncipe Inca Yupanqui, quien dio impulso y realce al imperio, incorporó a su nombre el título de Pachacuti y se hizo nombrar Inca aun en vida de su padre y contra la voluntad de su progenitor, no sin antes eliminar literal y físicamente a su hermano.
Característica de esta etapa imperial -cuyo comienzo Rowe calcula en 1438 (100 años antes de la conquista española del Cuzco)-, es la incorporación al Imperio de nuevos territorios, entre ellos el ecuatoriano, todo el altiplano boliviano, algunos del actual noroeste argentino (hasta Mendoza) y de Chile (hasta el río Maule).
El río Ancasmayo, en territorio de la actual Colombia, pasó a constituir el límite norte del Imperio, no sin antes tener que reducir numerosos alzamientos.
Huayna Cápac, hijo de Topa Inca, fue el décimo primer Inca, quien murió inesperadamente en Quito, de resultas de una peste (al parecer ya existían antes de los españoles), no habiendo designado todavía sucesor. La guerra civil entre sus hijos, Huáscar y Atahualpa, coincidió con el desembarco español en las costas del Imperio.
Digamos con Canals Frau que, "pese a la enorme extensión que llegó a tener, y a la multiplicidad de sus componentes originarios, el Imperio Incaico había logrado en sus postrimerías una homogeneidad étnica bastante acentuada", y "en casi todo su territorio dominaba la misma cultura, la misma lengua y el mismo culto principal" (amplia fusión). No obstante, para llegar a estos resultados en un tiempo tan relativamente corto, "los Incas se sirvieron de una serie de recursos cuya efectividad no podría ser negada".
El Imperio Inca nació en el siglo XIII, tuvo trece emperadores y sucumbió finalmente -sorpresivamente- a mitad del siglo XVI a manos de Pizarro y poco más de una centena y media de españoles.
El sistema de vida incaico fue consolidado en el reinado de Pachacuti (1438 – 1463), el emperador quichua que había elegido cambiar hasta su nombre original: de Inca Yupanqui a Pachacuti. Treinta años antes de que Cristóbal Colón pisara lo que luego sería América (reconocida como tal recién en 1507), el gran Pachacuti "había consolidado el reino, extendido las fronteras hacia los cuatro extremos, embellecido el Cusco, implantado el quichua como lengua obligatoria y construido el sistema de comunicaciones de caminos, puentes y postas que nunca (antes) existiera".
Para el autor de "Historia de la Nación Latinoamericana", la civilización incaica "constituía, por lo demás, una confederación altamente centralizada de tribus", en la que se había consolidado "una sociedad estratificada, cuya población agrícola, con sus caciques locales, producía la alimentación fundamental de la comunidad, que era vegetal, pues la carne era prácticamente desconocida como alimento". Asimismo, "las clases sociales se erigían a partir de las comunidades nucleadas alrededor del ‘ayllu’; la aristocracia, rodeada por los jefes militares, los sabios o ‘amautas’ y los artesanos reales, culminaba en la persona divina del Inca, hijo del sol".
Despotismo, teocracia y "reciprocidad"
En verdad, todo comenzaba en el centro de la pirámide: el Inca-dios. Lejos estamos de la sociedad "socialista" o "comunista" vislumbrada por algunos estudiosos del tema, en una sociedad subordinada ciegamente al hijo del Sol y a "su burocrático despotismo".
Así lo cuenta Daniel Larriqueta en su novela histórica "Atahuallpa. Memoria de un dios" (2014): los emperadores incas heredaban "el carácter divino de su casta y el mandato de adoctrinamiento y conversión para toda la tierra", y tenían "la misión de extender" el culto de su padre divino, el Sol. Ellos mismos eran considerados dioses, centro del mundo, alrededor del cual giraban los seres vivientes y todas las cosas.
No obstante ser un imperio, por razones religiosas también, tenía la obligación de extender los dones de su dios "a todos los pueblos barbaros de la tierra", incluso a los que "todavía guerreaban", "andaban desnudos" o "tenían la repulsiva costumbre de comer carne humana", con lo cual mostraban una consideración explícita hacia los pueblos que estaban en otro estadio de civilización.

Efectivamente, la gobernabilidad inca se basaba en un severo principio de "reciprocidad" con su pueblo y con los pueblos conquistados, permitiéndoles incluso cierto grado de autonomía, aunque para imponer su autoridad primero tuvieran que convencer a esos pueblos por la fuerza.
La concepción religiosa de los incas no era muy diferente a la concepción religiosa del medioevo europeo, salvo por un pequeño detalle: a la llegada de los españoles al Nuevo Mundo, en el Viejo Mundo comenzaba a dejar de tener preeminencia el poder eclesial absoluto ligado a la nobleza europea, y ya aparecía con su fuerza arrolladora -con menos fuerza en España- el Capitalismo en su etapa mercantil.
Incipiente por entonces, el Capitalismo podía significar un avance con respecto a muchos aspectos de la Edad Media, pero pronto ese nuevo modo de producción, intercambio y relaciones sociales -desconocido para los pueblos de lo que luego sería América- dejaría a un lado los ideales cristianos de los Reyes Católicos y de los fervorosos evangelizadores, e impondría sus prácticas impiadosas al Nuevo Mundo, contra las propias Leyes de Indias y a contramano de la prédica insobornable del padre Bartolomé de las Casas y otros clérigos, descubriendo que, en realidad, también existían y convivían "dos Españas".
"Si se deja por un momento de lado el nivel de civilización técnica y de utilaje militar que manejaba el feroz Pizarro, y que consagró su inverosímil victoria sobre los Incas -sostiene Jorge Abelardo Ramos-, este gran pueblo americano empleaba para su expansión imperial una inteligencia política que los españoles omitirían en sus métodos de conquista".
En efecto, cuando el Inca se proponía ensanchar su imperio, confirma Louis Baudin, "se informaba primero de la situación general de la tribu que ocupaba ese territorio y de sus alianzas; se esforzaba en aislar al adversario obrando sobre los jefes de los pueblos vecinos mediante dones y amenazas; después encargaba a sus espías estudiar las vías de acceso y los centros de resistencia. Al mismo tiempo, enviaba mensajeros en distintas ocasiones, para pedir obediencia y ofrecer ricos presentes. Si los indios se sometían, el Inca no les hacía ningún daño; si resistían, el ejército penetraba en el territorio enemigo, pero sin entregarse al pillaje ni devastar un país que el monarca pensaba anexar".
Con esos antecedentes, cien años después de la creación del Imperio, un 16 de noviembre de 1532, el Inca Atahualpa hizo su entrada triunfal en la plaza de Cajamarca, "dispuesto a imponer su grandeza y someter a los ciento setenta y ocho españoles bajo su aura divina y el poder de su ejército de cuarenta mil hombres que rodeaba el sitio".
Aquel día, sin embargo, comenzaría otra historia, la historia que llega hasta el presente y que soportaría a través del tiempo otra conquista, menos espectacular y casi invisible, pero tan real como aquella otra: la de nuestra economía y de nuestra cultura, que todavía nos impide realizarnos como una verdadera Nación en todo sentido.