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El legado de Malinche

De princesa a esclava, de intérprete a progenitora de una nueva raza

De víctima de la esclavitud a madre de mestizos, su historia simboliza la resistencia y transformación cultural en la Conquista de América.

Malinche con Hernán Cortes. Imagen generada por IA.

Paynala era gobernada por Taxumal, el Señor de Paynala, padre de Malinche, su heredera al trono. El jefe de Paynala, dadas las circunstancias apuntadas, se había convertido en vasallo de Moctezuma, y "desde aquel día hasta el fin de los tiempos -cuenta Jane Lewis Brandt- Paynala sería visitada cada año por los recaudadores de impuestos de Moctezuma, a quienes daría las partes de maíz, nueces de coco, mantos de algodón y otros productos locales que aquellos exigiesen". Y si no lo hicieren, "esto significaría el exterminio de todos los paynalanos". 

Para Malinche o Malinalli (como la nombra Laura Esquivel en su novela histórica), que ya no sería la reina de aquel lugar y vería morir a su padre y a su abuela Ix Chan -su protectora-, sería aún peor. Su madre se casaría con uno de sus tíos y la abandonaría a su suerte: a los trece años la entregaría o vendería a los pochtecas, comenzando así una vida de sumisión y esclavitud siendo aún una niña. En esas circunstancias de esclava, después de haber sido vendida a su vez por los potchecas a los tabascanos de Xicalanco, la conocieron los españoles.

La coincidencia en las respectivas versiones de las novelas históricas de la escritora norteamericana Jane Lewis Brandt y la escritora mexicana Laura Esquivel supone un acercamiento a la verosimilitud de lo que cuentan.

"Me drogaron y me vendieron como esclava", le había dicho Malinche a su ama de Tabasco, cuando ella le confesó a su vez, poniendo en evidencia que aquella era una situación bastante frecuente para la época: "Tampoco yo soy de aquí. Me capturaron después de un combate con una ciudad lejana del Oeste. Al principio solo fui una concubina; pero cuando murió la esposa del cacique al dar a luz, ocupé su puesto de primera esposa".

El encuentro con los españoles

Siendo esclava de los tabascanos (al sureste de la capital mexica), fue que llegaron a esas tierras aquellos extranjeros –"un grupito de marineros barbudos y de piel pálida" que "habían desembarcado en la costa, cerca de la desembocadura del río Tabasco". Desde aquellos grandes barcos, "quinientos guerreros fueron enviados a la orilla del río, y otros mil cubrieron la playa de la laguna Pom". Los intentos de disuadir a los extranjeros de entrar en Xilanco o Xicalanco, capital de Tabasco, "resultaron fútiles" para sorpresa del viejo cacique que gobernaba la ciudad. 

"Cuando el viejo Nan Chan, aturdido y humillado, reunió el séquito que había de acompañarle en la ceremonia de su rendición a los dioses que habían conquistado su ciudad y su tierra -dice Lewis Brandt representando en primera persona a Malinche-, yo me encontré entre las veinte esclavas y concubinas elegidas para caminar detrás de su litera". Tenía tan solo diecisiete años. 

Después de que el viejo cacique bajara de su litera, "las mujeres recibimos la orden de acercarnos al sitio donde se hallaba", y "oí decir al viejo amo": "En prueba de nuestra humilde rendición, os ofrecemos estas veinte esclavas como rehenes". Pero, "¿eran dioses u hombres?".

Aquella circunstancia terminaría poniendo a Malinche frente a Cortés. Después de viajar hacia el Norte y hacia el Oeste, había anclado junto a sus hombres en la desembocadura del río Tabasco y había ordenado que "remontasen el río con él, en botes de las naves". Alli en Tabasco, Cortés recibió información sobre la capital del imperio azteca y resolvió enfilar sus naves hacia el Noroeste. Al anclar frente a una de las islas que encontró en su recorrido y acercarse a la nave una canoa cargada de nativos y regalos para homenajear a los extraños, Cortés vio la oportunidad de preguntar más sobre la tierra y los tesoros que perseguía. 

"Traed a las mujeres indias -dijo Cortés-. Quizás alguna de ellas pueda hablar con esos hombres". Así fue como Cortés conoció a quien sería su intérprete. Volvió su atención a Malinche y la observó fijamente, preguntándole a su edecán cuál era el nombre de la india. 

"No oyó bien el nombre o éste no debió gustarle", refiere Jane Lewis Brandt. 

-      "Os doy las gracias, doña Marina, por vuestra ayuda. Quizás acuda a vos en el futuro para que me sirváis de intérprete, si os place hacerlo".

-      Discúlpeme Cortés. Pero se llama Malinche (le aclaró su ayudante).

-      Ahora se llama doña Marina, señora de la costa.

La estrategia de Cortés y las prioridades de Malinche

Según señala Laura Esquivel, y coincidimos desde el análisis histórico, "Cortés sabía que no le bastarían los caballos, la artillería y los arcabuces para lograr el dominio de aquellas tierras", pues "lo ideal era lograr alianzas, negociar, prometer, convencer", instrumentos de conquista y dominio utilizado por todos los pueblos desde el principio de la humanidad, incluso por los Aztecas y sobre todo por los Incas, "y todo esto solo podía lograrse por medio del diálogo, del cual se veía privado desde el principio". 

Ciertamente, "sin el dominio del lenguaje, de poco le servirían sus armas" y "sabía que de otra forma le sería imposible lograr sus propósitos". "Sin palabras, sin lengua, sin discurso -eso también lo había aprendido de la historia- no habría empresa, y sin empresa, no había conquista". No todo era blanco o negro, sobre todo para los españoles, herederos de varias civilizaciones como la judía, la musulmana y la latina, entre otras.

A los ojos de Malinche, por su parte, sobre todo al principio de su relación con los españoles, "ese dios misericordioso" del que hablaban aquellos llegados del mar "no podía ser otro que el señor Quetzalcóatl, que con esos ropajes nuevos regresaba a estas tierras", como había prometido al irse "para reinstaurar su reino de armonía con el cosmos", creencia que Malinche compartía con los Aztecas. Por eso "le urgía darle la bienvenida, hablar con él". Tanto, que le pidió al fraile que le enseñara a pronunciar el nombre de su dios. Así comenzó -inteligente y culta como era- a aprender rápidamente el lenguaje de los españoles, y "la segunda palabra que Malinalli aprendió a pronunciar, después de dios, fue caballo". 

En efecto, "el regreso de Quetzalcóatl, modificaría por completo el rumbo de todos los pueblos que los mexicas tenían sojuzgados". Como esclava, separada desde niña de su familia y de su pueblo, ella era una muestra viviente de esa condición de sojuzgamiento y opresión. Por otra parte, "sabía que la época más gloriosa de sus antepasados se había dado en el tiempo del señor Quetzalcóatl y por eso mismo ella anhelaba tanto su retorno". Tanta era su necesidad de creencia en ese sentido, que hasta "estaba dispuesta a creer que su dios tutelar había elegido el cuerpo de los recién llegados"; y tenía la plena convicción -religiosa y auténtica como era- "de que el cuerpo de los hombres era el vehículo de los dioses". Definitivamente, "esos hombres extranjeros y ellos, los indígenas, eran lo mismo".

Malinche en su rol de traductora.

Pero, además, "si ellos venían a instaurar de nuevo la época de gloria de sus antepasados, era que Malinalli tenía salvación. Si no, seguiría siendo una simple esclava a disposición de sus dueños y señores" aztecas. Y decidió aceptarlos y colaborar con los recién llegados. Asimismo, por cómo había sido educada por su padre -señor de Paynala- y por su abuela, ya en su larga e insoportable experiencia como esclava, "no había nada que la molestara más que sentirse excluida".  

De acuerdo a la versión de Laura Esquivel, "Malinalli sintió que ese hombre la podría proteger", y "Cortés, que esa mujer podía ayudarlo como sólo una madre podía hacerlo: incondicionalmente", aunque "ninguno de los dos supo de dónde surgió ese sentimiento, pero así lo sintieron y así lo aceptaron". 

Sin embargo, "para evitar tentaciones", porque "su atracción por las mujeres era irrefrenable", Cortés "decidió destinar a esa india al servicio de Alonso Hernández Portocarrero, noble que lo había acompañado desde Cuba y con quien quería quedar bien". 

Sin embargo, a Malinalli "le hubiera encantado quedar bajo el servicio directo de Cortés, el señor principal", pero "había causado una buena impresión", y "en su experiencia de esclava, sabía que eso era primordial para llevar una vida lo más digna posible".

Pronto se sintió "agradecida y convencida de que estaba en buenas manos y de que los nuevos dioses habían venido a acabar con los sacrificios humanos", con su esclavitud y con la dominación azteca.

De intérprete a progenitora de una nueva raza 

Su abuela se lo había dicho: "La vida siempre nos ofrece dos posibilidades: el día y la noche, el águila o la serpiente, la construcción o la destrucción, el castigo o el perdón, pero siempre hay una tercera posibilidad oculta que unifica a las dos: descúbrela".

Hasta no hacía mucho había estado sirviendo a Portocarrero, su señor, y ahora Cortés la había nombrado "la lengua", la que traducía lo que él decía al idioma nahuatl y lo que los enviados de Moctezuma hablaban del nahuatl al español. Sin duda, ser "la lengua" era una enorme responsabilidad. "Ella sentía -traduce a su vez Laura Esquivel- que cada vez que pronunciaba una palabra uno viajaba en la memoria cientos de generaciones atrás. Cuando uno nombraba a Ometéotl, el creador de la dualidad Ometecihtli y Omecíhualt, el principio masculino y femenino, uno se instalaba en el momento mismo de la Creación. Ése era el poder de la palabra hablada". Verdaderamente aquello era un viaje en el tiempo y en la historia de sus protagonistas y una misión a la vez universal. 

Pronto aprendió también "que aquel que maneja la información, los significados, adquiere poder, y descubrió que, al traducir, ella dominaba la situación y no sólo eso, sino que la palabra podía ser su arma. La mejor de las armas". Su tercera oportunidad. 

Después de haber sido esclava y sentir por años lo que significaba "vivir sin voz, sin ser tomada en cuenta e impedida para cualquier toma de decisiones", en este nuevo rol descubrió "que solo había dos posibilidades, unión o separación, creación o destrucción, amor u odio, y que el resultado estaba determinado por "la lengua", o sea por ella misma".

Después de la "Noche Triste", en que se produjo la derrota de los españoles, sobrevino la represalia y la revancha: "Cortés, derrotado, se refugió en Tlaxcala, donde se recuperó y reunió nuevas fuerzas. Mientras tanto, una epidemia de viruela negra, portada por los esclavos cubanos que venían con los españoles, hizo estragos en la población. Una de las víctimas fue el mismo Cuitláhuac (baluarte de la resistencia azteca), quien falleció por esta causa" y fue sucedido en el mando por Cuauhtémoc

Cortés logró juntar más de setenta y cinco mil hombres, con guerreros de Cholula, Huexotzingo y Chalco. Al llegar a Tenochtitlan, ordenó que se destruyeran las casas y así se dio inicio a la destrucción de la ciudad, consiguiendo llegar al Templo Mayor, pero los aztecas lograron capturar a más de 50 españoles que fueron sacrificados ese mismo día. Entonces Cortés decidió sitiar la ciudad e hizo destruir los acueductos de Chapultepec, que surtía de agua dulce a Tenochtitlan. Mientras tanto, los tenochcas resistían en Tlatelolco. Y fueron tantas muertes a causa de la viruela y el hambre, que los españoles pudieron vencerlos finalmente: "El día de la caída, mataron y aprehendieron a más de cuarenta mil indígenas", apresando a Cuauhtémoc y finalmente ejecutándolo.

Malinalli se preguntaba "qué era lo que había hecho mal. ¿En qué había fallado? ¿Por qué no se le había otorgado el privilegio de ayudar a su gente? Así como Cortés había sido la respuesta a los miedos de Moctezuma (que creyó en un principio que Cortés venía a ejecutar la venganza de Quetzalcóatl), y el oro obtenido a la ambición de Cortés, a ella le hubiera gustado saber a qué deseo correspondía la destrucción de Tenochtitlán. ¿Al deseo de los Tlaxcaltecas? ¿Al deseo de los dioses? ¿A una necesidad del universo? ¿A un ciclo de vida y muerte? Lo ignoraba por completo. Lo único que tenía claro era que ella no había podido salvar nada".  Solo si la idea de la muerte no existía, "ella podía comprender la eternidad, y desde ese punto de vista no había actuado mal. Lo único que había pretendido había sido salvar el espíritu de Quetzalcóatl, que los mexicas habían mantenido aprisionado tanto tiempo al realizar sacrificios humanos" y mantener sojuzgados a los pueblos de su alrededor. 

Acaso ella podía decidir ¿qué era lo que debía vivir y qué era lo que debía morir? En ese sentido, "al menos estaba segura de que, en su interior sí, Quetzalcóatl estaba más vivo que nunca. Los españoles solo habían arrasado aquello que veían, que tocaban. Lo demás estaba intacto". 

Tampoco quería morir como esclava, y después de servir como intérprete y haber concebido a Martín con Cortés, con quien convivía y a quien "aceptaba como parte de su destino", le exigió su libertad. 

-      "Querías dejar de ser esclava, ¿verdad?", le dijo Cortés. "Pues te voy a dar el gusto, te voy a convertir en señora, pero no en mi señora". Su esposa había llegado de España. "Tu sangre y mi sangre -agregó Cortés- crearon una nueva sangre que nos pertenece a ambos, pero ahora tu sangre se mezclará con otro…".

Cortés eligió a Juan Jaramillo para desposar a Malinalli.

Para Jaramillo, "ella era la mujer que había anhelado, desde aquel día lejano, a orillas del río, cuando Cortés la penetrara por vez primera. Esa mujer que ahora le ofrecía era la que infinidad de veces había calentado sus pensamientos, la mujer que siempre había deseado tener desnuda entre sus brazos". 

Todos fueron testigos de la boda de Jaramillo y Malinalli.  

Para Malinche, a partir de esa noche, "su lengua no volvería a ser la misma… No volvería a ser instrumento de ninguna conquista… Su lengua estaba bifurcada y rota, ya no era instrumento de la mente". Pero la vida continuaba.

Estaba en el mar junto a su esposo, de vuelta a Huiberas, cuando sintió que estaba a punto de ser nuevamente madre. 

"Sentir una vida dentro de su vida conmovía profundamente a Malinalli", pues "no solo traía un pedazo de carne en su carne, sino que compartía el alma con su alma". Poco tiempo después nació su hija, que "al igual que ella, provenía del vientre del mar, también era agua de su agua", y al amamantarla por primera vez "supo que su hija debía llamarse María, María, como la Virgen". Comprendió, además de sentir que "nacía de nuevo", que Cortés le había hecho un favor al alejarla de su lado y haberla casado con Jaramillo.

En definitiva, "sus hijos eran producto de diferentes sangres, de diferentes olores, de diferentes aromas, de diferentes colores. Así como la tierra daba maíz de color azul, blanco, rojo y amarillo -pero permitía la mezcla entre ellos-, era posible la creación de una nueva raza sobre la tierra. De una raza que contuviera a todas. De una raza en donde se recrease el dador de la vida, con todos sus diferentes nombres, con todas sus diferentes formas. Ésa era la raza de sus hijos".

Gracias a Cortés, Malinche se convertiría en leyenda. No podríamos negarlo. Tampoco debería negarla la historia, pues con ella y a través de ella -progenitora de la nueva raza- los latinoamericanos somos lo que somos. Fuimos entregados a un destino que no elegimos; no obstante, somos sus dueños, y de nosotros depende qué hagamos con él para no volver a ser instrumento de ninguna otra conquista. 

Emanciparnos de España fue nuestro primer gran desacato. Hoy, después de quinientos años, dejar de ser lo que ya no somos para ser lo que realmente somos -asumir de una vez por todas nuestra verdadera y única identidad latinoamericana- será nuestro último desacato y la afirmación definitiva de lo que somos y queremos ser en el futuro.

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