El sentido de la Navidad
Navidad es más que una festividad religiosa: es un llamado a la reflexión sobre la humanidad, la pobreza, la opresión y la esperanza. A través de una mirada integral, este artículo invita a repensar el verdadero sentido de la Navidad, más allá de la cultura consumista que ha invadido nuestras celebraciones.
![](https://www.diarioelzondasj.com.ar/content/bucket/5/338955w850h638c.jpg.webp)
A esta altura de los tiempos, creemos, no cabe duda de que existe una estrecha relación entre religión, humanidad, filosofía, cultura, ciencias humanas e, incluso, política.
Para empezar, no creemos que ninguna de esas palabras y/o los conceptos que evocan, sean mala palabra o necesariamente se contradigan entre sí, per se. Por el contrario, todas ellas forman parte o deberían formar parte de la conciencia integral del ser humano, si en lugar de "involucionar" o retroceder como tales, hubiéramos evolucionado o progresado realmente.
Es necesario y hasta sano admitir que esa conciencia sufre una crisis sin precedentes. Entonces, ¿qué mejor que hacer una reflexión al respecto en estos días que cristianos y no cristianos, religiosos y profanos celebramos la Navidad?
Como se sabe, Navidad -de acuerdo al culto católico y cristiano en general- rememora el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, y aunque los símbolos primigenios de ese recordado y conmemorado suceso han ido desapareciendo, no obstante, han quedado impresos en la cultura moderna y occidental la fecha y la conmemoración del acontecimiento. En cambio, ha ido perdiendo su sentido religioso.
Tal vez por ello, sea necesario volver a rescatar al menos el sentido humano que dicho suceso y conmemoración evocan, esperando que una nueva visión integral de la Navidad y de la Vida contagie e impregne la cultura, la filosofía, las ciencias humanas y la política de nuestro tiempo y de nuestro país con ese espíritu.
Tal vez, aquel nacimiento, en el inicio de la Era Cristiana, así como el final humano de su principal protagonista, no esté tan lejos de nuestra realidad actual, en la que muchos hombres y mujeres nacen pobremente y son crucificados en el madero de una vida sin oportunidades ni demasiadas esperanzas de revertir su destino o llevar una vida digna. Y eso tiene mucho que ver con la política, las teorías pseudocientíficas y las filosofías que la sustentan.
Una familia pobre de Nazaret, ciudad ignota de Israel, en tiempos de dominio del Imperio Romano, con la madre a punto de dar a luz, en viaje para empadronarse como exigían las leyes del momento, debió recurrir a un lugar alejado y marginal de la ciudad, porque no había para ellos lugar en la posada, adonde su hijo pudiere nacer como cualquier otro ser humano y no en un pesebre destinado al pasto de las vacas y de los animales de corral. Y más allá de la idealización del lugar y las circunstancias en que ha devenido la Navidad en nuestros días, tampoco creemos que fueran rechazados porque la posada estaba llena de turistas o de viajantes sino por no tener el dinero suficiente para poder pagarla, dada la condición a la que los había condenado el Imperio, con la complicidad de los funcionarios coloniales de turno, en un mundo que se desentendía de sus propios congéneres y que había que restaurar -entonces como hoy- en todos los sentidos.
Al poco tiempo de su nacimiento, aquella familia debería huir a Egipto, perseguida por el tirano nativo de turno, que había decidido matar a todos los niños menores de dos años porque entre ellos podía estar quien le hiciera sombra a las desmedidas ambiciones de poder que le permitían codearse con el poder imperial de turno y beneficiarse a sí mismo y a sus amigos. O tal vez, en el fondo, por simple maldad e inmisericordia respecto a sus propios compatriotas.
El hecho es que, solo muy pocos reconocerían en el Niño de Belén a aquel que anunciaba el profeta, que venía a salvarlos de la opresión y del dominio de sus propias mezquindades. Eran solo unos pocos pastores que habían conservado clara y transparente la mente, el alma y la mirada, para poder ver la Estrella que los guiara a la cueva o corral donde se encontraba la salvación de la raza humana.
A dos mil años de aquel acontecimiento, ese nacimiento sigue siendo en el presente un misterio y una metáfora a descifrar, para no repetir la historia del posadero y la historia humana que ya conocemos…
Reconocer el bien entre nosotros y desechar el mal parece volver a ser, después de 2.000 años de cultura occidental y cristiana, un nuevo desafío para creyentes y no creyentes, cristianos y no cristianos, en un mundo globalizado decadente y muy confundido, que no encuentra la estrella que lo guíe y el lugar preciso donde puede nacer la esperanza, sino que, por el contrario, se deja llevar por los Herodes, los Imperios y los Césares, que no vienen a salvarnos sino a adueñarse de todo lo bueno y el bien que todavía poseemos y heredamos de nuestros mayores.
Más allá de los brindis, esta Navidad nos brinda la oportunidad de una profunda y necesaria reflexión. ¡Feliz Navidad y bendiciones para todos los sanjuaninos y sanjuaninas de buena voluntad!!!