El fraile sanjuanino que fue "el artesano del Cruce"
Fray Luis Beltrán, el franciscano sanjuanino, fue una pieza clave para que el Ejército de los Andes al mando del general José de San Martín pudiera realizar el Cruce de los Andes.
Pocos han escuchado hablar de fray Luis Beltrán y aquellos que lo conocen no saben bien su historia. En algunas escuelas se lo menciona cuando se habla de la campaña del general José de San Martín, cuyo nombre deja un minúsculo papel a todos a quienes contribuyeron para que su ejército independizara gran parte del continente.
El fraile sanjuanino fue un pieza clave para que el Ejército de los Andes tuviera uniformes, armas y pudiera salvar todos los accidentes geográficos que el macizo andino le presentó en el cruce que realizó en 1817. También trabajó con Simón Bolívar y con las tropas argentinas que vencieron a los brasileños en la batalla de Ituzaingó.
Pese a que muchos historiadores señalan que nació en Mendoza,Luis Beltránnació en San Juan el 7 de septiembre de 1784. A principios del siglo XIX, al ingresar a la orden franciscana en Mendoza, el fraile declaró en su testamento, ante sus padres y un notario de esa provincia: "Yo, José Luis Beltrán,natural de la ciudad de San Juan". Su padre era el francés Louis Bertrand, y su madre, la sanjuanina Manuela Bustos. Sin embargo a los pocos días de haber nacido y al ser bautizado, el cura anotó al pequeño en el acta de bautismo como "Beltrán".
Al ingresar a los franciscanos, a los 16 años, Luis además de estudiar teología, derecho, filosofía, materias propias de la carrera que había emprendido, se interesó mucho por la matemática, la física y la química.
El expresidente, historiador y periodista, Bartolomé Mitre, dice del fraile: "Todo caudal de ciencia lo había adquirido por sí en sus lecturas,o por la observación y la práctica. Así se hizo matemático, físico y químico por intuición; artillero, pirotécnico, carpintero arquitecto, herrero, dibujante, bordador y médico por la observación y la práctica; entendido en todas las artes manuales y lo que no sabía lo aprendía con sólo aplicar a ello sus extraordinarias facultades mentales".
A los pocos años fue trasladado a Chile. Al estallar la revolución en ese país durante 1810, Luis simpatizó con el movimiento revolucionario pero recién en 1812 comienza a apoyarlo cuando se convierte en capellán de las tropas de José Miguel Carrera. Luego de la derrota de los patriotas en el combate de Hierbas Buenas, el fraile se hace cargo de los talleres para recomponer el diezmado parque de artillería.
El sanjuanino, sin abandonar los hábitos, es designado por Bernardo O’ Higgins con el rango de teniente y es colocado al frente de la maestranza trasandina. En 1814, luego de la derrota en Rancagua, Beltrán junto a miles de chilenos emigran hacia Mendoza en donde son recibidos por José de San Martín, quien comenzaba a bosquejar su campaña de los Andes.
Al conocer su capacidad, San Martín coloca al franciscano al frente de la maestranza del Ejérito de los Andes a principios de 1815. En su taller, ubicado en el campamento de El Plumerillo, trabajaban unos 700 artesanos, herreros y operarios por turnos.
Luis supervisaba y controlaba todo lo que se realizaba, desde botas, uniformes y monturas, hasta lanzas, granadas y cañones. Todo lo que se podía fundir, incluidas las campanas de las iglesias, iba directo a la fragua.
También se fabricaron puentes colgantes, arneses, grúas y hasta unos carros livianos para poder transportar los cañones, ideados por el fraile, que por su tamaño y forma los llamaron "zorras".
En cierta ocasión, San Martín le preguntó a Beltrán cómo pensaba transportar por los sinuosos caminos de la Cordillera la piezas pesadas de artillería, a lo que éste contestó: "Si los cañones tienen que tener alas la tendrán".
El plan orquestado por el franciscano fue clave en el cruce realizado en enero de 1817. Empleó entre otras cosas un puente mecánico que se podía desplegar rápidamente, para que hombres y animales pudieran pasar los cursos de agua cordilleranos.
Por su incesante labor, el fraile recibió varios apodos: "Vulcano con sotana", el "Arquímedes de la Patria" y el "Artesano del cruce". Tantas fueron las órdenes que impartió en el taller en tierras mendocinas, que Beltrán quedó ronco para el resto de su vida.
En Chile, el trabajo y las palabras de Beltrán fueron claves, principalmente luego de la derrota en Cancha Rayada, en donde los realistas se apoderaron de casi toda la artillería del ejército libertador.
Después de lo sucedido, San Martín inmediatamente convocó a los principales jefes para definir la estrategia a seguir. En la reunión, Beltrán los tranquilizó a todos, principalmente al general, al señalar que "perdimos una batalla, pero no la guerra. Tengo en mis depósitos municiones y armas suficientes para que en pocos días podamos transformar esta derrota en victoria". Algo que no era cierto.
Beltrán tenía tanta fe que se podía revertir la situación, y con la ayuda de todo patriota que se ofreciese, sin distinguir sexo ni edad, en dos semanas tuvo listo el armamento necesario para que el Ejército de los Andes venciera a los realistas en la decisiva Batalla de Maipú el 5 de abril de 1818.
Luego acompañó a San Martín en la campaña al Perú, siempre como encargado de la maestranza del ejército. Al regresar el Libertador a la Patria, el fraile quedó a las órdenes de Simón Bolívar, trabajando incesamente en la producción de armas en el taller del cuartel de Trujillo.
Un día, el general venezolano le encomendó a Beltrán tener preparados, en poco tiempo, una gran cantidad de fusiles y armas de puño. Cumplida en gran parte la orden, pero no en su totalidad, Bolívar lo reprendió injustamente en público, amenazándolo incluso con mandarlo a fusilar.
Este hecho provocó una gran angustia en el fraile, que entró en una gran depresión y pretendió suicidarse encerrándose en un cuarto y echándole al brasero un producto que provocaba un vapor asfixiante. Pero fue salvado milagrosamente por la familia en donde vivía.
Alterado en sus facultades mentales, Beltrán deambuló por las calles del pueblo de Huanchaco creyendo que Bolívar lo perseguía para matarlo. Una familia lo ayudó a recuperarse y lo envió a Buenos Aires en 1825, brindando todo su conocimiento en favor del ejército que emprendió la campaña de Brasil al mando del general Carlos de Alvear, participando de la decisiva batalla de Ituzaingó el 20 de febrero de 1827.
Enfermo, dejó el ejército, volviendo a Buenos Aires para reintegrarse a la orden franciscana, en donde pasó sus últimos días en penitencia hasta que falleció el 8 de diciembre de 1827 a los 43 años. Los generales Manuel Corbalán y Tomás Guido, sus excamaradas en el campo de batalla, encabezaron el cortejo fúnebre que despidió los restos del fraile sanjuanino.
Día del obrero metalúrgico
Hoy 7 de septiembre se conmemora el día del obrero metalúrgico en homenaje a fray Luis Beltrán.