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Rusia y Ucrania, hacia un nuevo orden de seguridad europeo

Al momento de escribir estas líneas, más de cien mil soldados rusos se agrupan en la frontera ucraniana. De acuerdo con el Pentágono, estas tropas se preparan para iniciar un ataque a gran escala contra Ucrania, en lo que constituiría el enfrentamiento militar más grande en suelo europeo desde que se inició el siglo XXI.
Escribe: Julián Mendoza
Periodista y Analista internacional

Lejos de tratarse de un capricho belicista del presidente ruso, como los medios occidentales presentan el conflicto, esta jugada obedece a un cuestionamiento frente al orden de seguridad europeo vigente desde el fin de la Guerra Fría, el cual le fue impuesto a Rusia en su momento de mayor debilidad.

Hacia el este

La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) entró en funciones el 4 de abril de 1949 con tan solo doce miembros originales. Bélgica, Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Francia, Holanda, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Portugal, y el Reino Unido fueron los países que acordaron defenderse mutuamente en caso de que se iniciara una guerra con la Unión Soviética y los países del bloque socialista. La premisa de la OTAN es sencilla: si cualquiera de los países miembros fuese atacado, todos los otros miembros de la organización entrarían en conflicto automáticamente con el agresor. Una herramienta disuasiva intrínsecamente ligada a la lógica de la Guerra Fría. Sin la amenaza latente de una guerra total en Europa, la OTAN perdería su razón de existir.

Esto fue precisamente lo que sucedió en 1991. La Unión Soviética se disolvió, los países que conformaban el bloque socialista adoptaron regímenes pro mercado y, en cuestión de meses, el enfrentamiento ideológico y geopolítico que había signado la segunda mitad del siglo XX quedó en el pasado. Rusia emergió como el mayor de los Estados sucesores de la Unión Soviética y encaró, durante la presidencia de Borís Yeltsin, el que es hasta el día de hoy el mayor proceso de privatización de empresas estatales de la historia de la humanidad. Para Estados Unidos y sus aliados occidentales la victoria fue total. El bloque socialista no sólo había dejado de existir, sino que sus ex miembros se habían entregado, sin reparos, al más furibundo capitalismo neoliberal concebible.

Sin embargo, la OTAN continuó expandiéndose a lo largo de los años siguientes. Siempre hacia el este y cada vez más cerca de la frontera rusa. Hungría, Polonia y República Checa, tres países que habían formado parte del Pacto de Varsovia durante la Guerra Fría, se unieron a la organización a finales de la década. En 2004 hicieron lo propio Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumania. Albania y Croacia fueron aceptados en 2009, Montenegro en 2017 y la diminuta nación de Macedonia del Norte en 2020. En la actualidad la OTAN tiene treinta miembros, catorce de los cuales se unieron tras el fin de la Guerra Fría. Ucrania es uno de los países que está intentando fuertemente ingresar a la organización.

El resurgimiento

Los diez años que van de 1989 a 1999 fueron para Rusia un período de humillación. A la pérdida de influencia en los asuntos europeos -cuya mayor expresión fue el cerco geográfico de la OTAN- se le sumó un deterioro concreto y brutal de las condiciones materiales de vida de la población rusa. El desempleo se disparó, así como el alcoholismo y la tasa de suicidios. Los cambios fueron tan dramáticos que la expectativa de vida se redujo hasta los 58 años, mientras en paralelo caía la tasa de natalidad.

La situación empezó a revertirse a partir de la llegada de Vladímir Putin a la presidencia en el año 2000. El nuevo presidente inició un proceso de recuperación del rol del Estado en sectores estratégicos de la economía como el gas y el petróleo, los bancos, la aviación comercial y ciertas ramas de la industria pesada. Putin también buscó recuperar el lugar central que Rusia tradicionalmente había ocupado en Europa Oriental y Asia Central, objetivo para el cual frenar el avance de Estados Unidos y la OTAN en la región resulta una condición de posibilidad. Para Rusia, la proliferación de bases militares estadounidenses en su vecindad constituye un peligro existencial.

Un evento de la historia reciente sirve para ilustrar la forma en la que Rusia busca impedir la expansión de la OTAN en sus fronteras. En 2008, el gobierno liberal de Georgia -otro país candidato a ingresar a la alianza que comanda Estados Unidos- ocupó militarmente las regiones autónomas de Osetia del Sur y Abjasia. Putin respondió lanzando una operación militar relámpago contra Georgia bajo el pretexto de proteger a la población de estas regiones, a las que Rusia reconoce como Estados independientes. La operación obligó a que los georgianos se retiraran y, fundamentalmente, consiguió que las negociaciones para su ingreso en la OTAN quedaran suspendidas indefinidamente.

La encrucijada

La historia de Ucrania experimentó un giro de 180 grados en 2014, cuando una ola de protestas masivas lograron que Víktor Yanukóvich renunciara a la presidencia del país. Los promotores de las movilizaciones califican al movimiento como una revolución popular, mientras que para los detractores se trató de un golpe de Estado auspiciado por los estadounidenses y sus socios europeos. Sea como sea, Ucrania pasó de tener un gobierno alineado a Rusia a uno alineado con Estados Unidos, con la consecuente reiteración del pedido para que el país sea aceptado en la OTAN. Puede decirse que este giro es un capítulo más de la encrucijada en la que Ucrania y otras naciones de Europa del Este se encuentran por lo menos desde tiempos napoleónicos: reflejarse en Rusia o en las potencias de Occidente, a su vez aprovechando el conflicto entre los imperios para generar intersticios de autonomía.

El giro pro estadounidense en Ucrania vino acompañado por una fuerte ola de nacionalismo de derecha que tiene como uno de sus elementos centrales el rechazo a cualquier expresión de la identidad rusa. Esto no le hizo ninguna gracia a las poblaciones étnicamente rusas del país, mayoritarias en las regiones del este y el sur. Un mes después de la caída de Yanukóvich, la región de Crimea celebró un referendo para unirse a Rusia. Participó el 83.1% de la población y el 96.77% se expresó afirmativamente. Otras dos regiones con mayoría étnica rusa, Lugansk y Donetsk, lanzaron una campaña para independizarse de Ucrania, pero fueron invadidas por el ejército ucraniano y hasta el día de hoy la contienda se mantiene abierta.

Actualmente la tensión entre Rusia y Ucrania ha llegado hasta tal punto que resulta difícil imaginar una resolución pacífica del conflicto. Tras las incesantes denuncias estadounidenses sobre la inminencia de una invasión rusa, que Putin ordene una desmovilización de las tropas indudablemente sería leído como una muestra de debilidad, lo que a su vez alejaría más el objetivo de frenar la expansión de la OTAN. A su vez, para el gobierno ucraniano sería políticamente suicida ceder ante las presiones de Rusia y abandonar las pretensiones de acercamiento con Occidente, uno de los pilares del discurso político posterior a 2014. Lo indudable, en este momento, es que la arquitectura de seguridad en Europa del Este vigente desde el final de la Guerra Fría deberá ser revisada, o el conflicto entre Rusia y Ucrania será sólo uno más en una larga lista a lo largo de los próximos años.

#Rusia #Ucrania #Análisis

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